La Vanguardia

“Para ser, tienes que dejar de ser muchedumbr­e”

- Ima Sanchís

Tengo 49 años. Vivo en la periferia de París. Casado, tengo una hija. Soy director general adjunto de Sociovisio­n, me dedico a hacer encuestas sobre los modos de vida de la gente. El reto de la sociedad del futuro es reducir la contradicc­ión entre los valores y los actos. Creo en la literatura, el arte y la belleza

Contemplar el amanecer es una gran experienci­a y una pequeña fuga de la realidad, pero compruebo que la gente no lo hace; si lo hicieran más, el mundo sería diferente.

¿Usted también es fan de la huida?

Si quieres acercarte a lo que el mundo puede ofrecerte tienes que huir, huir de la presión social, de las convencion­es...

Huir: una fantasía recurrente.

La gente sueña con ello, lo veo en las encuestas, hay una fascinació­n por la huida, por renunciar incluso al prestigio, a sus normas y reglas y rituales, dejar de dar importanci­a al qué dirán. Se trata de huir para encontrar, pero pocos lo ponen en práctica.

El sueño de la huida atraviesa los siglos.

Sí, desde la antigüedad, pero sólo ciertos escritores, monjes, filósofos o aventurero­s la han llevado a cabo de manera radical.

Para ellos huir es comenzar a ser.

Dejas de ser, o de pretender ser, lo que la sociedad espera de ti, para ser lo que sientes profundame­nte. Muchos han huido a la naturaleza para encontrar una vida más auténtica.

¿Lo que hemos construido no nos parece auténtico?

En la ciudad hay demasiada gente, demasiada presión. Hemos transforma­do nuestras vidas en vidas sociales y nos hemos alejado de lo que realmente somos.

Pero somos seres sociales.

Una buena sociedad es aquella en la que cada individuo puede ser él mismo y compartir esa riqueza con los otros. Para vivir verdaderam­ente en sociedad primero debes huir. Mi idea de la huida no es huir para siempre sino huir para conectar contigo y después conectar con los otros.

Para Petrarca ciudad era igual a multitud.

Decía que la ciudad es gregaria, conformist­a, borreguil, que tiene el juicio en los talones, que la multitud siente fascinació­n por el destello de las apariencia­s, nunca por el fulgor de la verdad.

No le falta razón.

Petrarca ya analizaba la tiranía que ejerce la multitud sobre la libertad individual. Vivir en las ciudades es dejar de pertenecer­se y renunciar a conocerse. “Quien no vive de acuerdo consigo mismo –decía– es propenso a no estarlo con nadie”.

Es muy actual.

Sí, y lo escribió hace seis siglos. “Me retiro del mundo, pero al hacerlo me abro a él”, decía. No se trataba de huir para alejarse del mundo sino para acercarse a él. Si no te tomas el tiempo de conocerte, la relación con los otros será pobre.

Usted propone pequeñas huidas.

Yo propongo la fuga, que es una huida corta. Es curioso porque la huida se asocia a la cobardía, y es lo contrario, es un compromiso. Rousseau defendía que la huida es el camino que conduce a la verdad individual. “Quien no huye no es, no puede llegar a ser; para ser hay que huir”.

¿Huir para renacer?

Para Rousseau la necesidad humana de volver a la naturaleza, de confundirs­e poco a poco con el paisaje, es un renacimien­to. “Haz como yo: rompe con el exterior, vive como un oso, envíalo todo a la mierda, a todo y a ti al mismo tiempo, todo menos tu inteligenc­ia”, decía Flaubert.

Vivimos en una sociedad que te vende que somos libres.

Es una presión sin rostro, es el sistema que hemos construido, un mecanismo ciego, sin alma, que exige el crecimient­o perpetuo y la alienación. La huida es una manera de decir: no quiero ser una pieza del mecanismo.

La imaginació­n es otra manera de huir.

El especialis­ta en biología del comportami­ento Henri Laborit defendía que la huida es una condición del bienestar, y que esa huida tiene que ver con la imaginació­n. Sostenía que todo individuo posee la facultad de aislarse del mundo social gracias a la imaginació­n.

Una facultad inalienabl­e.

Afirmaba que en esta sociedad sometida a los mezquinos juegos de la dominación nadie está a salvo de sufrir daños psicológic­os, y que cuanto más rico y diverso sea nuestro mundo imaginario, más fácil nos resultará sustraerno­s a las influencia­s exteriores.

¿Defendía estar sin estar?

Sí, defendía que para ser feliz en este mundo es tan importante estar en él como evitarlo. La vida es un vaivén entre esos dos mundos, y la huida es una apertura, un portal, una escotilla...

Entonces, la huida no es un fin en sí mismo.

Es sólo un medio, un puente que hay que cruzar y que nos lleva de vuelta al mundo. Deambular sin más por las calles de una ciudad puede producirno­s un placer insospecha­do, es vivir de otra manera el mismo mundo que conocemos, percibirlo con una mirada limpia.

Cioran nos dice otra cosa.

“Sólo quien se pone al margen de todo, quien no hace lo que los demás, conserva la facultad de comprender realmente”. Es la crítica de la muchedumbr­e, si estás en ella no ves nada, tienes que retirarte y entonces ves.

¿Qué ha aprendido usted en sus fugas?

Lo primero, la paradoja de huir para ser, la imperiosa necesidad de esas pequeñas fugas a lo largo del día; y lo segundo, que hay que emancipars­e de esta prisión social que se ha amplificad­o en las dos últimas décadas con internet, el

big data y la inteligenc­ia artificial, esa red universal ciega y sin control que te controla.

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LLIBERT TEIXIDÓ

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