La Vanguardia

Hay que besar con los ojos

- Clara Sanchis Mira

Recién informada del cierre del teatro donde trabajo, recorro la ciudad con las manos en alto. La situación es insólita, no se sabe qué va a pasar con nuestros contratos y sueldos. Quizás nos ayuden las medidas que el Gobierno está tomando para paliar los daños en trabajador­es y empresas. Otros compañeros que producen espectácul­os ya calculan sus deudas. Deudas de cuatro perras, que son las peores porque van sin colchón: el tortazo te lo pegas limpio. El paisaje de Madrid está desconocid­o. Parques con niños, autobuses semivacíos. La escasez de clientela general salta a la vista. Excepto ayer en los supermerca­dos, donde un rapto de locura llevó a la gente a acumular víveres para comer durante meses encerrada en su lavabo. “España construirá 2 Mercadonas en 10 días para afrontar la crisis del coronaviru­s”, dice un meme.

Entro en un restaurant­e japonés familiar. No hay un alma. Los camareros y yo tratamos de fingir normalidad. Creo que estoy aquí por la fama higiénica de la cultura japonesa. Llevo todo el día intentando no tocar nada. Me lavo las manos al entrar en cualquier sitio. Y al salir. Y al entrar. Abro puertas con los codos procurando que nadie me vea y me llame cobarde. Fabulo con desarrolla­r un sentido que me permita ver el virus. El resplandor de una coronita, luciérnaga maligna. Cuidado, señora, diría en el metro, no ponga la mano ahí que está el brillito. Mi inconscien­te me ha llevado a Japón, pero me huelo que estos jóvenes camareros no han heredado nada de su cultura higiénica milenaria. El japonés que me trae la jarra de agua se retira el pelo de la cara. Ha podido rozarse la oreja. Dudo si la oreja forma parte de la cara, si también es intocable o no. No me bebo mi botecito de gel hidroalcoh­ólico porque me quedaría sin él. No doy la mano, no abrazo, no beso. Asumo el riesgo de parecer una desalmada porque creo a los médicos. Si quiero trasmitir afecto, lo hago con los ojos. Es interesant­e. Besar con los ojos es más comprometi­do que ese paripé de los besos en las mejillas que no iba a ninguna parte.

Esta alarma pone a prueba muchas cosas. Te permite ver dónde está tu línea entre el miedo y la responsabi­lidad. Cuáles son tus prioridade­s. Te da a conocer tus niveles de egoísmo –¿vacío el supermerca­do?– o el talante de los políticos –¿utilizo el virus contra mi adversario?– . Señala la resistenci­a de los tejidos sociales –¿qué pasa con la gente que se queda sin trabajo?–. Y pone negro sobre blanco la animalada que fue hacer recortes en Sanidad.

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