La vida sigue (tras la pantalla)
Escribo estas líneas junto a la pestaña del navegador web en la que acabo de impartir por videoconexión la última de las clases en un máster del Institut d’arquitectura Avançada de Catalunya. En la pantalla 20 imágenes en miniatura más o menos pixeladas muestran de cerca rostros de alumnos sobre toda clase de paisajes domésticos. La escuela está cerrada y la súbita decisión de trasladarnos a casa nos ha pillado por sorpresa, pero el máster quiere continuar, como tantos otros. La infraestructura de cables submarinos y antenas celulares sobre la que descansa Internet aguanta desde hace horas la presión de miles de comunidades que intentan reencontrarse por encima de los confinamientos autoimpuestos, en salas virtuales facilitadas por servicios como Zoom, Jitsi o Whereby. Si las transmisiones de películas de Netflix y reproducciones de vídeos de Youtube suponen habitualmente el 25% de los datos que circulan por la red, estos días se están produciendo incontables horas de vídeo de origen casero para acortar la distancia y mantener en funcionamiento todas las relaciones de la cotidianidad.
El deseo de crear espacios inmateriales que sirvan para encontrarnos por encima de las barreras que impone la distancia física está en el mismo origen de la cultura digital. En los años 80, William Gibson acuña su idea del ciberespacio, con la que sugiere que al otro lado de la pantalla puede haber todo un mundo. La industria tecnológica nunca ha abandonado esta vieja utopía y la revisita cíclicamente; desde el breve momento de gloria de Second Life, al final de la década pasada, a la segunda oleada de la realidad virtual que arrancó en el 2013.
Nuestros medios son más rudimentarios y aún carecemos del prometido 5G, pero esta semana nos hemos volcado en un experimento colectivo sin precedentes. Desde las empresas a las familias a las instituciones y organizaciones culturales, la sociedad intenta imaginar en tiempo real la transición hacia una versión de sí misma exclusivamente en el espacio online, con sus mismas instituciones y ritos. Múltiples congresos y encuentros anuncian que seguirán celebrándose en las fechas previstas, pero en versión exclusivamente digital. El Prado realiza visitas guiadas en directo a través de Instagram. Nacen festivales de música que se desarrollarán exclusivamente en la red. El CCCB transforma sus conferencias presenciales en retransmisiones en tiempo real a través de si web.
En realidad llevamos años preparándonos de distintas maneras para esta transición, a medida que cada organización volcaba el resultado de su actividad diaria en grandes colecciones digitales, muchas veces con el desconocimiento de sus públicos. En estos días cobran un nuevo valor, y nos recuerdan que hay mucha más cultura a nuestro alcance que la que ofrecen las grandes plataformas de pago multinacionales. Todos esperamos volver a vernos muy pronto, cara a cara. Hasta entonces, sigamos debatiendo, encontrándonos, y descubriendo.