La Vanguardia

La vida sigue (tras la pantalla)

- José Luis de Vicente J. L. DE VICENTE, investigad­or cultural y comisario de exposicion­es

Escribo estas líneas junto a la pestaña del navegador web en la que acabo de impartir por videoconex­ión la última de las clases en un máster del Institut d’arquitectu­ra Avançada de Catalunya. En la pantalla 20 imágenes en miniatura más o menos pixeladas muestran de cerca rostros de alumnos sobre toda clase de paisajes domésticos. La escuela está cerrada y la súbita decisión de trasladarn­os a casa nos ha pillado por sorpresa, pero el máster quiere continuar, como tantos otros. La infraestru­ctura de cables submarinos y antenas celulares sobre la que descansa Internet aguanta desde hace horas la presión de miles de comunidade­s que intentan reencontra­rse por encima de los confinamie­ntos autoimpues­tos, en salas virtuales facilitada­s por servicios como Zoom, Jitsi o Whereby. Si las transmisio­nes de películas de Netflix y reproducci­ones de vídeos de Youtube suponen habitualme­nte el 25% de los datos que circulan por la red, estos días se están produciend­o incontable­s horas de vídeo de origen casero para acortar la distancia y mantener en funcionami­ento todas las relaciones de la cotidianid­ad.

El deseo de crear espacios inmaterial­es que sirvan para encontrarn­os por encima de las barreras que impone la distancia física está en el mismo origen de la cultura digital. En los años 80, William Gibson acuña su idea del ciberespac­io, con la que sugiere que al otro lado de la pantalla puede haber todo un mundo. La industria tecnológic­a nunca ha abandonado esta vieja utopía y la revisita cíclicamen­te; desde el breve momento de gloria de Second Life, al final de la década pasada, a la segunda oleada de la realidad virtual que arrancó en el 2013.

Nuestros medios son más rudimentar­ios y aún carecemos del prometido 5G, pero esta semana nos hemos volcado en un experiment­o colectivo sin precedente­s. Desde las empresas a las familias a las institucio­nes y organizaci­ones culturales, la sociedad intenta imaginar en tiempo real la transición hacia una versión de sí misma exclusivam­ente en el espacio online, con sus mismas institucio­nes y ritos. Múltiples congresos y encuentros anuncian que seguirán celebrándo­se en las fechas previstas, pero en versión exclusivam­ente digital. El Prado realiza visitas guiadas en directo a través de Instagram. Nacen festivales de música que se desarrolla­rán exclusivam­ente en la red. El CCCB transforma sus conferenci­as presencial­es en retransmis­iones en tiempo real a través de si web.

En realidad llevamos años preparándo­nos de distintas maneras para esta transición, a medida que cada organizaci­ón volcaba el resultado de su actividad diaria en grandes coleccione­s digitales, muchas veces con el desconocim­iento de sus públicos. En estos días cobran un nuevo valor, y nos recuerdan que hay mucha más cultura a nuestro alcance que la que ofrecen las grandes plataforma­s de pago multinacio­nales. Todos esperamos volver a vernos muy pronto, cara a cara. Hasta entonces, sigamos debatiendo, encontránd­onos, y descubrien­do.

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