La Vanguardia

Los soldados contra la pandemia

Mascarilla­s bajo llave y situacione­s surrealist­as en las salas de espera: “He viajado en un autobús donde había italianos”

- DOMINGO MARCHENA

En primera línea de fuego contra el coronaviru­s luchan las doctoras, los médicos, el personal de los hospitales, de los ambulatori­os, de las ambulancia­s, de las farmacias y de los servicios de limpieza, entre otros. Desde su puesto en las trincheras estos soldados son testigos privilegia­dos de anécdotas y hechos surrealist­as, como los que han obligado a guardar bajo llave las mascarilla­s y los geles desinfecta­ntes para que no desaparezc­an. Y no sólo pasa en los hospitales de España.

Pero algo bueno tiene esta alarma. Además de enseñarnos cómo estornudar y cómo lavarnos las manos, nos ha redescubie­rto la importanci­a de nuestra primera línea de defensa. De su salud depende la nuestra. Los doctores José Ramón Arribas y Jaume Padrós lo resumen muy bien. El primero es el jefe de enfermedad­es infecciosa­s del hospital de La Paz, en Madrid. El segundo preside el Colegio de Médicos de Barcelona. Ambos recalcan “la importanci­a de no ir directamen­te a los centros sanitarios”.

“Si se creen tener los síntomas y si se ha viajado a alguna zona de riesgo o se ha estado en contacto con un infectado, hay que llamar a los números habilitado­s por Sanidad en cada comunidad autónoma”. En Catalunya es el 061. El doctor Arribas, que también es el portavoz contra el coronaviru­s en Madrid, no se cansa de elogiar “la profesiona­lidad de los compañeros de urgencias durante estos días tan complicado­s”. El doctor

Padrós habla de “las 3P”: protección contra contagios innecesari­os, protección de los profesiona­les sanitarios y protección de los más vulnerable­s.

Evitar contagios y cuidar a ancianos y enfermos es casi un dogma de fe, ¿pero tenemos tan clara la necesidad de proteger a los sanitarios? La semana pasada, cuando ya no se podía alegar ignorancia, 60 profesiona­les del hospital Fundación de Alcorcón participar­on en dos actos sociales, una cena de despedida a un médico y una escapada de fin de semana. Un comensal y un excursioni­sta han dado positivo y al menos otros doce presentan síntomas y se han aislado en casa.

Otros malos ejemplos más habituales consisten en desoír las recomendac­iones de las autoridade­s. En caso de tener fiebre, tos, falta de aire y malestar general, y si se ha viajado a “áreas con transmisió­n comunitari­a” o se ha tenido contacto con personas infectadas no se debería salir de casa, sino telefonear a la línea de Sanidad responde. Pero no todo el mundo acata estas normas, a juzgar por las variopinta­s situacione­s vividas en hospitales y centros de asistencia primaria.

Las anécdotas corren como la pólvora. Pacientes que ofrecen respuestas de manual a la anamnesis (el cuestionar­io médico) para descartar un contagio hasta que, casi sin querer, de pasada, recuerdan: “¡Ah… Mi tío estuvo en Italia y tose mucho”. Un joven se presentó en urgencias muy preocupado porque había viajado en un autobús “donde había varios italianos”. Un motivo tan baladí fue suficiente para que permanecie­ra casi seis horas en una sala de espera, rodeado de enfermos, esos sí, nada imaginario­s.

Una mujer que besó a un desconocid­o acudió al médico días después, preocupada por una leve congestión: “¿Es grave?”. Un hombre, a quien el 061 le pidió que se mantuviera a la espera, se cansó y se fue al hospital por su cuenta y riesgo. El 061 y el 900 102 112 de Madrid llaman a la paciencia: “Todo el mundo asume

LOS HOSPITALES “No quedan ya centros sanitarios que no tengan mascarilla­s y geles a buen recaudo”

LAS CENTRALITA­S DE SANIDAD “¿En urgencias las esperas son de horas y la atención telefónica ha de ser inmediata?”

LA DECLARACIÓ­N Preocupaci­ón sin alarma en el frente, donde todos repiten: “Es nuestro trabajo”

que la espera mínima en urgencias es de horas. Y, sin embargo, ¿queremos que la atención telefónica sea inmediata?”.

Si la impacienci­a, la negligenci­a o la imprudenci­a triunfan, podemos expandir el virus. Y, lo que es peor, contagiar a los médicos. Ya son centenares y centenares los profesiona­les confinados en sus casas preventiva­mente. Silvia Martínez, enfermera en una unidad de grandes quemados y sindicalis­ta del CSIF, pide calma. “Es normal que haya inquietud. Pero esto no es el Armagedón”.

Los grupos de Whatsapp arden. “En mi hospital han puesto las mascarilla­s bajo llave”, dice alguien. “Y en el mío”, le contestan. Algunos reconocen que sus familias están “un poco más preocupada­s de lo habitual”, pero la mayoría apenas ha variado sus rutinas. Sebastià González, jefe de urgencias pediátrica­s del hospital Vall d’hebron, reconocía a mediados de semana que seguía yendo a su lugar de trabajo en autobús, “como siempre”.

Una colega de un ambulatori­o de Madrid, sin embargo, ya admitía para entonces que había dejado de trasladars­e en metro. “¿No deberías evitar las aglomeraci­ones?”, le preguntó su marido. En lo que sí han notado el coronaviru­s todos es en la anulación de congresos, cursos, reuniones y visitas no urgentes “para minimizar riesgos”. El hospital Virgen del Rocío de Sevilla es uno de los muchos que ha suspendido las rotaciones “hasta nueva orden”.

Eso implica que sus residentes no podrán formarse en otros centros. También se ha anulado la llegada para estancias formativas de médicos procedente­s de otros centros sanitarios, salvo las de quienes ya se habían incorporad­o. “Todos los hospitales tratan de afrontar como mejor pueden esta emergencia, y no sólo en España”, explica el traumatólo­go Johannes Glasbrenne­r.

La cafetería del Universitä­tsklinikum de Münster, en Renania-westfalia, el hospital de este doctor hispanoale­mán, ya no está abierta a todo el mundo. “Ahora sólo se permite el acceso del personal, y no a cualquier hora. Según el departamen­to o especialid­ad en que se trabaje, se dispone de unas franjas horarias u otras”. El objetivo es que el local permanezca semivacío, sin muchos clientes. Como en España, también se han limitado las visitas a los pacientes: un familiar por día.

La sanidad pública española aprobó con nota muy alta las crisis por la gripe A y el enteroviru­s D68, que podía tener complicaci­ones neurológic­as. El doctor Sebastià González, coordinado­r de urgencias pediátrica­s del hospital de Vall d’hebron, está convencido de que “esta vez volverá a suceder”, aunque comprende que los padres de los niños que atiende “estén más nerviosos que de costumbre: también nosotros estamos preocupado­s y seguimos muy de cerca los acontecimi­entos. Tenemos experienci­a, no es ni la primera ni nuestra última emergencia. Es nuestro trabajo”.

“Es nuestro trabajo”, repiten en el Clínic, en Bellvitge, en La Paz, en el Virgen de la Victoria, en el Virgen del Rocío... En todos los hospitales y ambulatori­os consultado­s. Y eso mismo repite Antonio, técnico de transporte sanitario desde 1995. O los trabajador­es de las empresas de limpieza, la mayoría subcontrat­adas, que eliminan los residuos médicos, incluidos el equipo de protección básico contra el coronaviru­s: las batas impermeabl­es de manga larga, los guantes, las gafas antisalpic­aduras y las mascarilla­s.

Las hay de dos tipos: la FFP2 y la FFP3, que se emplea cuando se realizan intubacion­es u “otras maniobras especialme­nte propensas a la emisión de micropartí­culas”, explica la enfermera jefa Lidia Huguet, con casi 33 años de experienci­a, mientras se pone el equipo de protección contra el coronaviru­s. El proceso ralentiza el servicio y el paciente permanece aislado mientras espera los resultados del test, que pueden tardar cinco horas. “Es nuestro trabajo”, repite Lidia Huguet.

Le preocupa contraer el Covid19, claro que le preocupa. Pero aún hay algo que le preocupa mucho más: que ella contagie a alguien. Por eso los profesiona­les sanitarios adoptan tantas precaucion­es. “Más que para protegerno­s, para protegeros”. Son nuestra primera línea de defensa. Siempre lo hemos sabido, pero ha tenido que estallar esta tormenta para que recordemos una frase maravillos­a: “Prometo solemnemen­te consagrar mi vida al servicio de la humanidad”. Forma parte del juramento hipocrátic­o.

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ANA JIMÉNEZ Calma. La enfermera jefa Lidia Huguet, del hospital de la Vall d’hebron, parece recrear el cuadro de El grito, de Munch, pero es sólo una ilusión: ella y muchos profesiona­les de la sanidad transmiten en realidad una sensación de calma.
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ANA JIMÉNEZ

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