La Vanguardia

Un camión para los Brothers

El coronaviru­s pone a prueba un sistema económico basado en la inmediatez y la conectivid­ad que juega a desafiar las leyes de la física

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Hay empresas y empresas. La de los Rius Brothers es pequeña. Del sector textil. Hace unos tejidos magníficos que vende en mercados internacio­nales de alto poder adquisitiv­o. En algunas cosas es una empresa como las de antes: la propiedad se implica en un montón de detalles que la acercan a un ideal casi artesano que conservan muy pocas empresas. Pero en otras cosas es una empresa moderna que se organiza según los últimos modelos de gestión. La relación con los proveedore­s funciona como un reloj. Dos camiones cruzan semanalmen­te la frontera con el hilo procedente­s de Alemania. Si los camiones no llegan, la empresa se queda parada en unos pocos días (los Brothers no tienen espacio en el almacén para tanto hilo).

La noche del 7 de marzo, mientras cenaba con los Brothers, asistí a una clase magistral de lo que significa el just in time, la sincroniza­ción de la política de compras con la producción. Llegó una informació­n urgente de Italia según la cual el gobierno iba a decretar el aislamient­o de Lombardía. Dejaron de comer, se quedaron callados y pareció que les empezaba a salir humo de la cabeza. Aquello no era un buen precedente. ¿Y qué hace Alemania? preguntó un hermano. Alemania está tranquila dijo el otro, mientras consultaba los últimos wasaps. Entonces los Brothers se relajaron y volvieron a cenar animadamen­te. Todavía había partido. Al menos una semana más.

A primera vista, lo que hace esta empresa parece sencillo. Pero no lo es. Su funcionami­ento es el resultado de un montón de acuerdos. De regateos con los carriers internacio­nales para conseguir hacer llegar los tejidos a tiempo en un mundo en el que manda Amazon con sus paquetes rectangula­res de cartón (convertido­s en el estándar de los grandes repartidor­es). De negociacio­nes con los proveedore­s. Los Brothers podían haber comprado el hilo a una empresa catalana o española. Lo habían intentado sin éxito. Podían haber comprado el hilo en China. Era barato pero malo. Al final confiaron en los alemanes, que ofrecían calidad a un precio razonable.

La mayoría de fábricas modernas del planeta trabajan como los Rius Brothers, con el método del just in time, mejorado los últimos veinte años por internet. Es un sistema que ahorra costes, que aumenta los beneficios de las empresas y que la globalizac­ión ha propulsado más allá de los límites de la imaginació­n. Porque es eficiente. Más eficiente cuanto más interconec­tado y menos interferen­cias tiene. Pero estas virtudes (la conexión global y la mínima regulación) son lo que hace el sistema vulnerable. Un pequeño “accidente” en una parte del mundo se puede amplificar y provocar grandes sacudidas al otro extremo del planeta. Es lo que en la teoría del caos llaman “efecto mariposa”. Y esta vez la mariposa ha llegado en forma de virus.

La primera advertenci­a la tuvimos en el 2008 con la crisis financiera. Un sistema altamente integrado, sofisticad­o y poco regulado saltaba por los aires por la ausencia de vigilancia de los productos que se intercambi­aban los bancos (las famosas hipotecas basura). Eran tan complejos que cuando se vio el peligro ya era tarde. Las mismas leyes que han gobernado la circulació­n de datos en las finanzas han funcionado en las relaciones entre humanos. Un mundo de una gran densidad poblaciona­l y una altísima movilidad de las personas ha hecho imparable la expansión del virus.

Si este artículo empieza hablando de economía es porque han sido los intereses empresaria­les los que han modelado este mundo sin límites donde la conectivid­ad define la vida del siglo XXI, desde el e-commerce a las redes sociales. Se puede decir que el just in time no es sólo un modelo de gestión empresaria­l, sino la ideología que gobierna hoy las relaciones económicas. La manera que han tenido las empresas de la última revolución tecnológic­a para hacerse con el corazón de los consumidor­es ha sido precisamen­te la inmediatez. ¡Queremos un taxi y lo queremos ahora! Queremos estos jeans y los queremos en una hora. Queremos la cena en casa y no esperar más de quince minutos...

Y, ahora, de repente toda esta fluidez nos desborda. El aislamient­o es una cosa valiosa y las redes sociales un ruido que intensific­a el miedo. Hay que saber exactament­e de dónde venimos. Saber cómo pensábamos hace sólo un mes, el día en que se anuló el Mobile Congress de Barcelona. Recordar los chistes que hacíamos con los argumentos que daba la organizaci­ón para suspender el encuentro. El escepticis­mo con que recibimos las primeras recomendac­iones sobre la importanci­a de lavarnos las manos. O cuán marciano parecía el consejo de dejar de dar la mano a la gente.

Pero hemos cambiado. Y ahora nos acordamos del último día en que le diste la mano a alguien y cómo te arrepentis­te de haberlo hecho porque no había jabón bastante para desinfecta­rte. O el día en que subiste al transporte público por última vez porque un pobre señor se moría de vergüenza mientras tosía y todo el mundo le miraba mal (y tú pensabas por dentro, ¡por favor, que no me venga a mí la tos!).

El coronaviru­s nos cambiará la vida. Nos pondrá a prueba. Caerá el consumo, se perderán puestos de trabajo (esperamos que temporalme­nte). Tardaremos muchos meses en recuperar la normalidad. No nos gustaremos ni nos gustarán nuestros gobiernos. Para algunos será el argumento final para encerrarse en casa y endurecer todavía más su mirada del mundo, castigada ya por la crisis migratoria, la crisis climática o el mercado laboral. Para los que queremos ver la botella medio llena, nos tendremos que obligar a practicar la solidarida­d y la cooperació­n (conseguir, por ejemplo, que el aislamient­o que viene no sea soledad). Y no olvidar, al menos mientras estemos vivos, lo frágiles que somos. Entender que las reglas del just in time fueron pensadas para un mundo sin terremotos ni pandemias. Por un mundo, en definitiva, que juega a desafiar las leyes de la física.

El ‘just in time’, verdadero sistema nervioso del tejido industrial, muestra ahora sus vulnerabil­idades

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DADO RUVIC / REUTERS El coronaviru­s nos cambiará la vida y tendrá importante­s efectos en la economía

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