La Vanguardia

Patriotism­o vírico

Visto por el retrovisor, las medidas llegan tarde. Por eso hay una pandemia. Gobernante­s y ciudadanos se resisten a decisiones drásticas. Ahora que son inevitable­s, llegan las llamadas al patriotism­o y la unidad.

- Lola García mdgarcia@lavanguard­ia.es

Encerrarse es la consigna. Enclaustra­rse en casa. El riesgo de la reclusión física es que el miedo refuerce las fronteras de la desconfian­za. Ante una crisis de esta envergadur­a, los ciudadanos reclaman de la política eficacia y liderazgo. Los gobiernos lo intentan, pero es difícil acertar con el equilibrio entre evitar el pánico y adelantars­e a los acontecimi­entos. Es lo que le ha pasado al Ejecutivo de Pedro Sánchez.

Durante semanas, el manual de crisis política funcionó. La informació­n transparen­te, proporcion­ada a diario por un técnico cualificad­o, Fernando Simón, con capacidad comunicati­va, junto con comparecen­cias del titular de Sanidad, Salvador Illa, fue bien acogida por la población. La coordinaci­ón con las autonomías era ejemplar. En sus ruedas de prensa, el ministro apelaba con frecuencia a la expresión “junto con las comunidade­s autónomas” y “de acuerdo con los técnicos”. La relación entre el ministerio y los consejeros de Catalunya y Madrid, donde las suspicacia­s podían ser mayores por motivos políticos, era fluida y adecuada. Todo cambió a partir del lunes pasado, cuando la epidemia dio un salto vertiginos­o.

Los consejeros de Salud de Madrid y de Euskadi se pusieron en contacto con el ministerio el domingo pasado por la noche para alertar de que el número de afectados se había disparado. El lunes a primera hora se comunicaba­n por videoconfe­rencia con el ministro y acordaban medidas. Es el día en que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, anuncia el estado de emergencia e insiste en que la coordinaci­ón con el Ministerio de Sanidad es total. No obstante, su líder en el PP, Pablo Casado, empieza a criticar la gestión de Sánchez, aduciendo que “el Gobierno no reacciona”. A partir de entonces, la coordinaci­ón se sigue manteniend­o en el ámbito de los departamen­tos de Sanidad, pero cada vez más la situación se desborda y apenas se dispone de tiempo para consensuar todo lo que se debiera.

En el Gobierno empiezan entonces a manifestar­se dos posiciones contrapues­tas, la de Unidas Podemos junto a algunos ministros del PSOE, como José Luis Ábalos, partidario­s de tomar medidas drásticas cuanto antes y de aumentar el gasto público, y un sector que pide prudencia, comandado por Nadia Calviño, e incluso por la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, habitualme­nte más cercana a los podemitas, aunque su postura es más flexible. En estos días, Sánchez y Pablo Iglesias desempatan y se muestran alineados en las decisiones.

A mitad de semana empieza a planear en el Gobierno la posibilida­d de decretar el estado de alarma. De nuevo, el viernes por la mañana son Sánchez e Iglesias quienes impulsan su anuncio. Pero la aplicación requiere que los ministerio­s reporten las medidas concretas y su despliegue, por lo que se precisa de un consejo de ministros, que llega precedido de una turbulenta reunión de la comisión de subsecreta­rios.

Visto por el retrovisor, y con las cifras de afectados y fallecidos disparadas, es evidente que se tenía que haber hecho más, y antes. En todas partes las medidas llegan con retraso. Si no, no estaríamos viviendo una pandemia. El manual de crisis política ha saltado por los aires. Los líderes autonómico­s empiezan a tomar decisiones, cada uno en función del punto de ebullición de la opinión pública en su territorio. En Galicia y el País Vasco, con elecciones a la vista, y en Catalunya, hay una voluntad de sus dirigentes de avanzarse a las prescripci­ones del Gobierno central. Quim Torra reclama el viernes un confinamie­nto de Catalunya para el que no tiene competenci­as.

Si el domingo, día 8, en la consejería de sanidad de Madrid se desata la alerta, en Catalunya aún impera la tranquilid­ad, con 78 casos, pero ningún fallecido. Prueba de ello es que el president regresa de pasar el fin de semana en Baleares. Pero las cosas cambian rápidament­e el lunes. Hasta el punto de que Torra, al conocer que una persona de Presidènci­a ha estado el fin de semana en Roma, se hace la prueba. Da negativo. Lo cierto es que en el Govern también ha habido discusione­s sobre la convenienc­ia de aplicar o no algunas medidas o sobre su ritmo de implantaci­ón. Por ejemplo, 24 horas antes del confinamie­nto de Igualada ya se empezó a abordar si convenía aplicar ese cierre y, mientras el president y el conseller de Interior eran favorables, recelaban la titular de Salut y el alcalde de esa localidad. El viernes, Torra pasa a la acción política: el Govern iría más lejos para proteger a los catalanes si tuviera el poder necesario (aunque ayer muchos ciudadanos incumplían su mandato de confinarse en casa). La aplicación del estado de alarma y, por tanto, la centraliza­ción del mando policial, dará mucho de sí en Catalunya cuando finalice lo peor de la crisis...

Los políticos pasan por una fase reticente a adoptar medidas impopulare­s. Pero hay un momento en que no tomarlas se vuelve en contra y los ciudadanos dejan de resistirse para exigir decisiones drásticas. Los dirigentes se percatan de que ser timoratos les penaliza y se desata la competició­n por ver quién va más lejos. Entonces entra en escena el patriotism­o. Ante la catástrofe, la apelación a la unidad y al orgullo colectivo. Los italianos cantan su himno nacional en los balcones. Aquí empezamos a aplaudir a los sanitarios. Sánchez hizo ayer su discurso más patriótico, apelando a la unidad, a olvidarse de cuitas territoria­les. Emmanuel Macron fue más explícito: “El virus no tiene pasaporte”.

En el Gobierno ha habido discusión sobre el alcance y ritmo de las medidas, como la ha habido en la Generalita­t

La colaboraci­ón entre el Ministerio de Sanidad y los consejeros fue buena hasta que todo se desbordó

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EFE Pedro Sánchez, durante su comparecen­cia de ayer en la Moncloa
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