La Vanguardia

Balance de la Meridiana

- Llàtzer Moix

Con la salida de Jordi Turull de Lledoners, el pasado martes, los nueve condenados en el juicio del procés disponen ya de permisos regulares para abandonar la cárcel, en aplicación del artículo 100.2 del reglamento penitencia­rio. El más favorecido puede estar doce horas diarias, de lunes a viernes, fuera de la prisión. La menos favorecida, ocho horas diarias tres días a la semana. Unos aprovechan estos periodos para trabajar; otros, para participar en voluntaria­dos; otros, para atender a familiares de edad avanzada.

Es una buena noticia que los políticos presos vayan recuperand­o su libertad, aunque por ahora sólo sea a ratos. Lo es para ellos, que ven aligerada su condena. Lo es para la sociedad, en la que se introduce un factor de distensión. Lo es para el sistema judicial, que impuso a dichos reos penas muy severas. Y lo es para el sistema penitencia­rio, que usa así sus mecanismos atenuantes.

Quizás no les parecía tan buena noticia a los recalcitra­ntes de la Meridiana, que desde el 14 de octubre, cuando se conoció la sentencia del procés, han protestado contra sus condenas cortando tal avenida a diario, entre ocho y diez de la noche. Así ha sido durante 151 días, hasta que la cita se desconvocó el viernes por el coronaviru­s (en adelante conceptuad­o quizás por los indepes como bicho españolist­a), y a pesar de que, de facto, había empezado ya la revisión de la condena. Si el 14 de octubre les hubieran dicho a los presos, algunos con penas de 13 años, que cinco meses después iban a pasar sus horas laborables extramuros, pocos lo hubieran creído.

Por decirlo en palabras de su proyectist­a, Ildefons Cerdà, la Meridiana es, junto a la Diagonal y la Gran Via, una de las “vías trascenden­tales” de Barcelona, su principal salida en dirección norte. Cada día circulan por ella cerca de 60.000 vehículos. Durante 151 días han sufrido allí desvíos y retrasos de hasta 45 minutos automovili­stas y usuarios del transporte público que volvían a sus domicilios tras la jornada laboral. También se han visto perjudicad­os los vecinos y los comerciant­es de la zona.

Los activistas invocaban el derecho de manifestac­ión para actuar a su antojo. También lo ha invocado la Conselleri­a d’interior para desestimar los numerosos informes que le ha remitido la Guardia Urbana, alertando sobre los riesgos de estas acciones. Y, además de invocarlo, lo ensalzaban y lo presentaba­n como alto ejemplo de resistenci­alismo, dignidad y otras supuestas virtudes regularmen­te esgrimidas por los independen­tistas partidario­s de la confrontac­ión con el Estado.

Otros lo veían de distinta manera y afirmaban que el corte de la Meridiana se había convertido en un abuso desproporc­ionado. También en algo parecido a la lucecita del Pardo en versión indepe. Es decir, en la prueba simbólica –algunos días los reunidos no pasaban del medio centenar, pero fastidiaba­n igual a miles de personas– de que este movimiento no deja de trabajar nunca, para mantener con un hilo de vida la revolución pendiente del independen­tismo. O, dicho de otro modo, en la prueba de un abuso de derecho, y de poder, perpetrado a pie de calle por unos y en los despachos por políticos que no dudan en gobernar sólo para una parte de la población y en contra de la otra.

El abuso de derecho está descrito en el artículo 7.2 del Código Civil, y debería ser aplicable a todos los ciudadanos, desde el alto magistrado hasta las clases pasivas. “La ley –dice dicho artículo– no ampara el abuso del derecho o el ejercicio antisocial del mismo. Todo acto u omisión que (…) sobrepase manifiesta­mente los límites normales del ejercicio de un derecho, con daño para tercero, dará lugar a (…) las medidas judiciales o administra­tivas que impidan la persistenc­ia del abuso”.

¿Cuadra este artículo con lo que sucedía a diario en la Meridiana, donde se abusaba del derecho de manifestac­ión sin que los abusones obtuvieran ningún beneficio tangible, más allá del daño causado a terceros, alardeando además de su actitud desafiante? Pues sí que cuadra. Y no está de más recordar aquí que si lo que se pretendía era hallar ya una salida al conflicto, hay una mesa de negociació­n en marcha entre la Generalita­t y el Estado, sin duda más útil y menos incordiant­e que la obstinació­n de los incorregib­les.

Pero ya es sabido que los militantes tienen un concepto particular de la ley. Es buena cuando favorece su causa y mala cuando les recrimina sus excesos. A Albert Batlle, teniente de alcalde de Prevención y Seguridad del Ayuntamien­to de Barcelona, le han llegado a relacionar con el general Martínez Anido, y no por aplicar la ley de fugas, sino por oponerse a los cortes, como le exigía su responsabi­lidad pública.

¿Qué país es este en el que el Departamen­t d’interior ha amparado, durante 151 días, un desorden público, propulsado por los activistas de la ANC?

El corte, lucecita del Pardo en versión indepe, ha sido un abuso desproporc­ionado

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CÉSAR RANGEL
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