La Vanguardia

La pandemia de Trump

- Ramon Rovira

El ensayista libanés Nassim Taleb describió la teoría del cisne negro, un hecho sorpresivo, de gran impacto y con graves consecuenc­ias históricas. En la lista ocuparían un puesto de honor el estallido de la Primera Guerra Mundial, los atentados del 11-S en Nueva York o el alumbramie­nto de internet. Ahora, deberemos añadir la pandemia viral que desde hace unos meses azota el planeta porque ni entraba en las previsione­s más pesimistas, ni existen precedente­s de su virulencia contagiosa ni del impacto que tiene en los usos y costumbres mundiales.

Mientras estemos en el ojo del huracán es imposible predecir la magnitud de la hecatombe, pero ya se perfilan factores que pueden condiciona­r previsione­s hasta ahora casi inmutables. No la principal, pero sin duda relevante, es quién ganará las elecciones presidenci­ales norteameri­canas de este año. Tanto por la evolución económica del país como por el éxito de sus torticeras maniobras, Donald Trump aparecía como el favorito claro. Además, el desconcier­to penoso por como han gestionado las primarias sus adversario­s demócratas había contribuid­o a consolidar una imagen de líder intocable a pesar de la ristra de bravuconad­as y mentiras, impeachmen­t incluido, que emborronan su expediente.

Pero la crisis generada por el coronaviru­s abre un escenario nuevo en EE.UU., un país donde no hay asistencia sanitaria pública y la privada es inasequibl­e para multitud de ciudadanos, y donde los efectos de una epidemia como el Covid-19 pueden ser devastador­es. Trump, después de un absurdo negacionis­mo marca de la casa, se ha apresurado a desviar sus responsabi­lidades repartiend­o culpas a diestro y siniestro, cargando contra Europa por no haber contenido antes el flujo vírico procedente de la China y movilizand­o 50.000 millones de dólares a través de la declaració­n de emergencia nacional. Pero en el pecado tendrá la penitencia, porque ahora echará de menos la tenue red sanitaria que tejió Barack Obama, el Obamacare, y que con tanto afán él ha querido destruir durante los últimos cuatro años.

Todo ello sumado al desgaste de su mensaje populista, infumable cuando se refleja en el espejo de la realidad de una catástrofe como la del coronaviru­s, es un balón de oxígeno para el probable candidato demócrata Joe Biden y una piedra en el cuello del presidente-candidato.

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