La Vanguardia

Con la yaya esto no hubiera pasado

- Albert Domènech

Pasaban unos minutos de las cinco de la madrugada del 1 de junio del 2006 cuando la luz de Rocío Jurado se apagó para siempre. Una pérdida artística de primer orden que hizo tambalear todos los cimientos de una de las sagas españolas con más pedigrí.

Y con su despedida llegó el caos a una familia que, casi 15 años después, sigue sin superar la muerte de su matriarca. Es increíble el poder y capacidad de liderazgo que puede tener una persona querida en cualquier familia. Suele pasar con mujeres, normalment­e abuelas, que imantan de cordialida­d y cariño un linaje que oculta o desvanece todas sus adversidad­es bajo el estimulant­e poder de su carismátic­a líder. ¿Cuántas casas o familias han dejado de celebrar encuentros tras la pérdida del abuelo o la abuela de la familia? “Si hubiera estado aquí la yaya no hubiéramos discutido”, suele escucharse como un mantra en ciertas reuniones familiares, especialme­nte en fechas señaladas como la Navidad.

Y como si fuera un castillo de naipes que se deja destruir por un sutil golpe de aire todo se viene abajo. La herencia, el reparto de bienes, la influencia familiar o la pérdida de cohesión y empatía suelen demoler clanes que parecían indestruct­ibles y quebrantar para siempre familias enteras. Si a eso le sumamos, en el caso de los Jurado y Mohedano, el poder de la televisión y la necesidad de aventar los trapos sucios por los platós para ganar más dinero y notoriedad, el resultado suele ser tan cruel como previsible: un ridículo espantoso que no está a la altura de los que algún día fueron “los más grandes”.

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