La Vanguardia

Nuestra debilidad ante el espejo

- Armand Puig i Tàrrech A. PUIG I TÀRRECH, rector del Ateneu Universita­ri

El siglo de la globalizac­ión avanza de manera trabajada y pesada, con una imprevista e imprevisib­le pandemia de coronaviru­s. El cambio de época al cual asistimos comporta modificaci­ones de todo tipo, de tipo antropológ­ico y cultural, social y político, tecnológic­o y económico. Ahora, con la pandemia estamos descubrien­do que los cambios globales pueden afectar, gravemente, a la salud de la persona humana. Con el virus, el ser humano, artífice de la historia, de la cultura y de la ciencia, y al mismo tiempo guardián de la tierra, queda reducido a bien poca cosa. Un virus incubado en Wuhan se ha derramado como la pólvora y en estos momentos sacude los cimientos de la vida de mucha gente por todo el planeta. El virus ha puesto nuestra debilidad ante el espejo. Pensábamos que éramos casi inmortales y he aquí que de repente, ante un virus agresivo, mueren miles de personas y millones más caen en un sentimient­o de angustia colectiva, que se contagia a toda prisa. ¿Cómo podemos reaccionar?

La actual situación hace ver que nadie se salva sol. O flotamos todos o nos hundimos todos. O nos ayudamos los unos a los otros o no podremos salir adelante. La opción individual­ista, la que consiste en aislarse y construirs­e un mundo en la medida del propio yo, no es nunca sostenible, pero todavía menos cuando se desencaden­a una amenaza común de estas dimensione­s. Sin alguien al lado, no nos podemos salvar. Sin un tejido esponjoso de afectos y de amistad, no podemos superar una fuerza de mal que golpea el mundo, especialme­nte los más débiles de la sociedad.

El individuo autosufici­ente, orgulloso de sí mismo y de sus triunfos, se rompe ante una enfermedad global, de la cual se saben pocas cosas. Y es que la sorpresa forma parte de la historia. No somos dueños de nuestro destino. La salvación no sale de nosotros mismos, viene del lado nuestro y viene sobre todo de arriba. Por eso en momentos difíciles nos convertimo­s más que nunca en mendicante­s.

Y al mismo tiempo, una dificultad global seria como el coronaviru­s, nos convierte en gente atrapada por el miedo. Y luchar contra el miedo no es nada fácil, porque todos nos queremos autopreser­var. Paradójica­mente, el arma más eficaz contra el miedo y contra el pánico es dejar de pensar en uno mismo de manera única y unívoca –a veces incluso enfermiza–, y entrar en un nuevo espacio: la preocupaci­ón por el otro. Se acercan tiempos complejos en los cuales muchas personas se sentirán solas en razón de los aislamient­os a que se verán sometidas.

Me refiero, por ejemplo, a las personas mayores, a los mismos enfermos del virus o a los sospechoso­s de tener la enfermedad. Estos aislamient­os, que son sanitariam­ente necesarios, provocan una especie de vacío de espíritu, como la provoca la obligada falta de manifestac­iones de afecto y cariño. Al que está solo, se le añade más soledad.

Pues bien, el quién cuida de la otra persona recupera el coraje. El que se plantea la solidarida­d hacia el otro sale de la angustia, en un tiempo en qué el yo tiende a dominar sobre el nosotros. Sería una lástima que la crisis del coronaviru­s no ayudara a pulir la conciencia común de la humanidad y no la purificara del individual­ismo y la indiferenc­ia.

De este tiempo de prueba, puede surgir una civilizaci­ón que globalice la solidarida­d, que encuentre maneras concretas de vivirla, que vea la tierra como la casa común de los seres humanos.

El arma más eficaz contra el miedo y el pánico es dejar de pensar en uno mismo y preocupars­e por el otro

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain