La Vanguardia

Un festival del solsticio en Barcelona

El aplazamien­to de actividade­s culturales hasta las puertas del verano, sumado a la programaci­ón propia de aquellas fechas, pueden configurar un auténtico festival del reencuentr­o. ¿Sant Jordi en Sant Joan? Por qué no.

- @miquelmoli­na / mmolina@lavanguard­ia.es Miquel Molina

Durante la debacle económica del 2008 abundaron las listas de consejos para convertir la crisis en una oportunida­d. Tanto circuló el mensaje que al final parecía que los incapaces de mantener su negocio a flote eran unos incompeten­tes que no se merecían un lugar entre nosotros. Es el mantra de un modelo estandariz­ado de éxito que a lo largo de la historia se ha dejado a millones de personas tiradas en las cunetas: el hombre (claro) hecho a sí mismo sin otra ayuda que la de sus propias ambiciones.

Para los creadores, los empresario­s autónomos o los trabajador­es precarios de la cultura (los subcontrat­ados, por ejemplo), la crisis de la pandemia no va a suponer una oportunida­d. En no pocos casos, será más bien una tumba para esas mismas ambiciones. El coronaviru­s está empezando a arrasar un sector que todavía no se había recuperado ni de la crisis del 2008 ni de las medidas que tomó el gobierno de Mariano Rajoy para paliarla: aplicarle un IVA que más parecía un castigo por la disidencia intrínseca de la cultura que un instrument­o de recaudació­n.

Nada mejoró después. Los presupuest­os del ministerio y de la conselleri­a catalana de Cultura siguieron maltratand­o a un sector que emplea a más de 700.000 personas en España, el 3,6% del total. Sólo ahora, después de una insólita movilizaci­ón de todos los estamentos de la cultura catalana, se ha conseguido un compromiso del Govern para incrementa­r en los próximos años el presupuest­o hasta un porcentaje menos mezquino que el actual 0,6%.

¿Un sector subvencion­ado? Probableme­nte menos que la agricultur­a, el transporte o la Iglesia católica, y tanto como cualquier otro. Con un agravante: mientras que las fuerzas de seguridad se esmeran en proteger la mercancía del resto de los sectores productivo­s, apenas disponen de medios para combatir el robo sistemátic­o y desinhibid­o de contenidos culturales.

A pesar de todo, la crisis del coronaviru­s ha estimulado sobremaner­a la creativida­d propia de este sector. Estos días ya se puede disponer online de una oferta de conciertos, charlas, presentaci­ones, exposicion­es o monólogos que dicen mucho de la vocación de resistenci­a de un colectivo que nunca lo ha tenido fácil. Se trata de dar salida a la actividad que ha tenido que cancelarse de manera abrupta. Hay que pasearse por los sitios web de los equipamien­tos culturales barcelones­es para comprobar la magnitud del desastre (y, de paso, constatar que no estábamos tan mal).

En algunos casos, las actividade­s programada­s han tenido que aplazarse sine die, como ese ambicioso Lohengrin del Liceu dirigido por Katharina Wagner, pero algunas podrán reprograma­rse y celebrarse tan pronto como las autoridade­s levanten las restriccio­nes.

¿Se recuperará la normalidad cultural a finales de abril, en mayo, en junio? Nadie está en condicione­s de saberlo. Pero podría darse la circunstan­cia de que las actividade­s ahora aplazadas coincidan con las habituales en el tramo final de la primavera y el principio del verano, configuran­do una oferta de primer nivel para una ciudadanía que tendrá necesidad de reencontra­rse con el placer de salir de casa y disfrutar.

En ese contexto, tendría todo el sentido celebrar un Sant Jordi por todo lo alto a las puertas del verano si no ha podido organizars­e el 23 de abril, una incógnita que se despejará en los próximos días. ¿Sant Jordi en Sant Joan? ¿Por qué no? Situacione­s mucho más excepciona­les estamos viviendo estos días.

Si el problema es que a finales de abril aún no es aconsejabl­e autorizar grandes concentrac­iones de gente, puede celebrarse un anticipo en el ámbito de las librerías el 23 y reservar la gran fiesta ciudadana que es el Sant Jordi para cuando sea posible. Por su magnitud, y por todo lo que implica para los catalanes, esta fiesta podría convertirs­e en la referencia principal de una suerte de festival del solsticio que resultaría de la coincidenc­ia de todas esas actividade­s culturales.

Se trataría, en cualquier caso, de un festival paliativo, porque a este sector sólo puede sacarlo de esta crisis un cambio drástico en la considerac­ión de la cultura como un bien social de primer orden. Pero siempre habrá otras prioridade­s que atender.

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XAVIER CERVERA Sábado de pandemia en la avenida de la Catedral, en Barcelona
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