La Vanguardia

El miedo de las pequeñas cosas

- Xavier Aldekoa

– ¿Ves la playa vacía? Es el miedo.

Wizzy reconocía el terror en cualquier rincón porque se había acostumbra­do a mirarle a la cara. La primera vez que le sostuvo la mirada fue durante la guerra civil. Cuando en la década de los noventa Sierra Leona se convirtió en agujero de violencia, Wizzy vivió de cerca la ola de amputacion­es con que los rebeldes castigaban a quienes intuían cercanos al enemigo. De cerca es literal: hoy es el entrenador de un equipo de fútbol de amputados formado por sus amigos en el que a todos los jugadores les falta algún brazo o alguna pierna.

Por eso, cuando hace cinco años la peor epidemia de ébola de la historia estalló en Sierra Leona, Liberia y Guinea, Wizzy sabía traducir el miedo de las pequeñas cosas. Del jabón compartido, apurado hasta la lámina final, en casa del humilde. Del guante de látex agujereado. Del porticón cerrado en casa del vecino. De las playas vacías.

A Wizzy le gustaba mirar el mar.

— Normalment­e este sitio está lleno de gente jugando a fútbol. Dos o tres partidos a la vez.

Aquellos días del 2016, el gobierno sierraleon­és había prohibido hacer deporte para evitar la expansión del ébola, un virus que se contagia por la saliva, el sudor o la sangre. Aunque algunos jóvenes seguían entrenándo­se a escondidas de la policía, las playas donde antes los adolescent­es jugaban partidos infinitos se habían vaciado.

Hay algo universal en el miedo reflejado en una playa desierta y un balón detenido. En la novela Los libros arden mal, un fresco literario que reconstruy­e la vida antes y después de la guerra civil española, el poeta gallego Manuel Rivas definió el miedo como “una playa vacía en un día de sol”. La suspensión esta semana de todas las competicio­nes de fútbol nacionales e internacio­nales desató el mismo sonido ensordeced­or de las olas del mar cuando nadie las oye.

Ahora que debemos confinarno­s en casa, también la literatura nos acerca. En su novela Teoría general del olvido, el escritor angoleño Jose Eduardo Agualusa narra la vida de Ludo, una mujer portuguesa que, presa del temor a los disturbios durante la independen­cia en Angola, se confina voluntaria­mente en su piso de lujo de Luanda. Así pasa, aislada del mundo y cazando palomas en el balcón, 28 años. A medida que se prolonga su encierro —“los días se deslizan como si fueran líquidos”—, Ludo quema los muebles y también su amada biblioteca y al consumir su apartament­o se devora un poco también a sí misma: “Ahorro en la comida, en el agua, en el fuego y en los adjetivos”.

Cuando el coronaviru­s haya pasado, el miedo y el aislamient­o quizás permanezca­n en el recuerdo como los días en que pudimos reconocern­os en los demás. Porque el miedo a una playa vacía, a un balón detenido o a la soledad siempre será universal.

En el 2016 el gobierno sierraleon­és prohibió hacer deporte para evitar la expansión del ébola

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TERESA LARRAZ DOMENECH / TLD “Una playa desierta en un día de sol”
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