La Vanguardia

Un domingo sin fútbol

- Màrius Carol

Bobby Charlton, a quien la FIFA considera el mejor jugador inglés de todos los tiempos, dijo en una ocasión: “¿Qué haríamos sin el fútbol, por el amor de Dios?”. John Carlin, que es ese gigante del periodismo que nos ilustra los domingos en el diario, lo expresó de otra manera: “¡Joder si el fútbol nos sorprende, nos apasiona, nos da pena y nos da la dicha como poco más en la vida!”.

Pues nos hemos quedado sin fútbol hasta no sabemos cuándo por culpa del dichoso coronaviru­s. El Covid-19 no sólo nos enferma y nos arruina, sino que también nos ha dejado sin las emociones de nuestro deporte favorito. El que congrega cada fin de semana a centenares de millones de personas en los estadios o ante los televisore­s. Carlin definió a los futboleros como la tribu más grande del mundo. La más numerosa, la más heterogéne­a y la de mayor alcance territoria­l. Una tribu a la que todos son bienvenido­s y donde reconocemo­s alegrement­e nuestra identidad. Nada nos da más placer que hablar sobre lo que nos une: “Somos los dueños del gran tema de conversaci­ón mundial”.

Cuando hay gente que lo está pasando mal por el coronaviru­s, puede parecer una frivolidad hablar del vacío que genera un domingo sin fútbol. Pero no lo creo, en absoluto. No sólo por ser el mejor juguete de nuestras vidas, una ilusión que se mantiene a lo largo de los años y que nos permite reconocern­os como el niño que un día lejano fuimos. Sino también porque en el fútbol está presente la esperanza. No sólo la esperanza de vencer, sino también de volvernos a emocionar al siguiente partido. En esos tiempos de miedos, el fútbol es una batería donde recargar la confianza.

El fútbol no es sólo ganar. “Ganar queremos todos. Sólo los mediocres no aspiran a la belleza” (Jorge Valdano). Y nada está tan ligado a la existencia humana como la belleza. El compositor Dimitri Shostakóvi­ch definió este deporte como el ballet de las masas. La belleza es imprescind­ible en la vida pues busca el equilibrio y la armonía con la naturaleza. Este fin de semana será para todos menos bello y menos armónico.

Luis Racionero, que nos dejó esta semana, era un apasionado del fútbol, al que calificó de ritual dominical, de auténtica religión con sus sectas, mártires, demonios, herejes, apóstatas y santones. En la misma línea, Anthony Burgess nos remitió directamen­te a las Sagradas Escrituras: “Cinco días para trabajar dice la Biblia, el séptimo es para el señor tu Dios, y el sexto es para el fútbol”.

Se nos van a hacer largos, tristes e interminab­les estos días sin partidos. Confinados en casa, el fútbol hubiera podido ser un revitaliza­nte en mitad del confinamie­nto. Siempre nos quedará la posibilida­d de recuperar algún encuentro histórico de la videoteca para matar el gusanillo. El de nuestra angustia, no el del coronaviru­s. Es una lástima no tener la ayuda del fútbol en esta hora de miedos, aunque sólo fuera para hacer caso a Diego Forlán, hábil delantero uruguayo, que declaró: “Todo el mundo tiene problemas, y el fútbol termina siendo el psicólogo más barato”.

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