La Vanguardia

Hasta luego, humanidad

- Llucia Ramis

Cuando nací, mi abuelo me abrió una cuenta corriente. Allí fui metiendo las diez mil pesetas que nos regalaba a cada nieto por Navidad y, años después, también mi primer sueldo y los que llegaron luego. Domicilié el alquiler de los pisos en los que viví. Recelaba de los bancos, pero no de la persona que me atendía. Con el tiempo, fueron cambiándom­e de oficina y de interlocut­or. A veces me cobraban por cosas que no entendía. Preguntaba por qué y me devolvían el recargo. Un día vi cómo una anciana quiso sacar cincuenta euros en el mostrador. La instaron a utilizar el cajero automático; si no, el mínimo era de doscientos. Ella chasqueó los labios y pidió los doscientos euros. Acto seguido dijo: “Ahora ingréseme estos ciento cincuenta, por favor”.

El mes pasado recibí el aviso de que pagaré una comisión si mantengo mis ahorros en la entidad. Concerté una cita con mi gestor (el último año lo han cambiado tres veces), y fui a la oficina. Pero para cancelar la cuenta tuve que traspasar mi dinero a través de la aplicación del móvil. Ellos no podían hacerlo desde allí.

Mientras volvía a casa, pensando en lo absurdo que era todo, intenté ponerme sentimenta­l. A fin de cuentas, han sido cuarenta y dos años de relación. Le daba vueltas a algo que me dijo el director de un hotel: poco importaba cuántos clientes tuviera; invertir en la costa catalana era un valor seguro y produciría beneficios hasta que se especulara en otro sitio. El calor y la playa eran una garantía a largo plazo. Pensé en los fondos buitre, a los que también les da bastante igual que los pisos estén ocupados o vacíos. Y en que los humanos tenemos tan poco interés como el que generamos. Nuestro dinero es calderilla para el sistema financiero actual.

Recordé la crisis del 2008, que enriqueció a los ricos y empobreció a los pobres; la economía impactó de lleno en la sociedad. Ahora la bolsa se desploma por culpa de un virus que afecta a las personas, a las que no suele tener en cuenta, y que deberán afrontar una nueva recesión. Es casi cómico que el Ministerio de Sanidad recomiende el teletrabaj­o en un país dedicado sobre todo al sector servicios. Esta semana, las temperatur­as han superado los treinta grados en el sur de la Península, pero el calor y la playa servirán de poco si no puede haber contacto entre la gente. ¿Y si se hubiera apostado más por la investigac­ión? ¿Y si no se hubieran hecho recortes en el sector público? La auténtica garantía sólida a largo plazo sería invertir en valores humanos.

Es cómico que Sanidad recomiende el teletrabaj­o en un país dedicado al sector servicios

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