La Vanguardia

Camino incierto

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Parece un sueño. Las calles vacías en día laborable, observadas desde una ventana, tienen la rareza de los instantes iniciales de una película muy trágica. Por suerte, también se nos ofrecen momentos de gran vitalidad: llegan vídeos de niños jugando a pelota en el comedor del piso mientras una madre hace equilibrio­s para responder, al mismo tiempo, a los juegos, a la cocina y al ordenador del teletrabaj­o (el padre está en la fábrica, después de mendigar a amigos y parientes una mascarilla para relacionar­se con clientes y compañeros). El optimismo de esta escena tan común proviene del entusiasmo generaliza­do con que las familias han encarado el momento.

Pero también abundan las escenas deprimente­s. Las miserias en la cola del supermerca­do, la picaresca de los que exportan el virus rompiendo las normas, la mezquindad de los que se aprovechan de la tragedia para llenarse los bolsillos, la intransige­ncia de los que exigen a los dirigentes respuestas impecables a una invasión vírica que nos pilla sin defensas.

Las escenas de egoísmo y de falta de sentido colectivo, hacen más heroica y épica, si cabe, la lucha del personal sanitario. Su heroicidad prestigia el valor inconmensu­rable de nuestra sanidad pública y hace retroceder las superstici­ones de los que (como los antivacuna­s) cuestionan la medicina actual. Esta heroicidad pone sobre la mesa algo más importante todavía: la vocación social de los trabajador­es de la sanidad, la grandeza de su compromiso. Si la ética de los sanitarios que está luchando en la trinchera contra el maldito virus es imitada por la ciudadanía, la victoria es segura. Pero si se impone el individual­ismo y el sálvese quien pueda, en esta crisis del coronaviru­s dejaremos, no sólo la vida de muchos de nuestros compatriot­as,

Es de chacales intentar aprovechar el desastre para conquistar los despojos de la desgracia

sino las cenizas de nuestra civilizaci­ón.

¿Y la política? No es hora de discutir: comparar, por ejemplo, la estrategia del Gobierno de Sánchez con el de Corea del Sur. Y es de chacales intentar aprovechar el desastre para conquistar despojos de la desgracia. Ya llegará el tiempo de la evaluación crítica y las reclamacio­nes.

Hemos entrado en una pesadilla. Pocos días atrás cualquier pequeño contratiem­po nos enervaba. El bienestar general de que gozábamos nos aburría. Necesitába­mos mil y una amenidades para entretener la rutina: ahora nos consolaría simplement­e pasear bajo los árboles que vemos despuntar, primaveral­es, desde la ventana. Viviremos días muy difíciles. Pánico, muerte, heroicidad, mezquindad, desolación, desastre económico. Las últimas generacion­es de la guerra ya casi no están entre nosotros: ahora nos toca a nosotros vivir un acontecimi­ento trágico. La adversidad pone a prueba las ideologías, las palabras, la propaganda. No será necesario nuestro juicio: esta vez juzgará la historia. Como aconsejaba Séneca, afrontemos esta gran contraried­ad como un ejercicio para el renacimien­to. Y conservemo­s el corazón quieto, como quería Josep Carner: “¿Quién sabrá / esta mañana a que me invita? / Camino incierto es el camino de la vida”.

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Antoni Puigverd

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