La Vanguardia

La Imprudente

- Julià Guillamon

Al suspenders­e los actos del año Perucho 2020, a causa de los acontecimi­entos de estos días, me he entretenid­o escribiend­o unos cuantos falsos peruchos. Entre 1968 y 1971, Joan Perucho publicó en La Vanguardia dos series de cuentos: Botánica oculta e Historias secretas de balnearios, que dieron lugar a dos libros, publicados en castellano en 1969 y 1972 y, más adelante, en versión catalana, en 1980 i en 1976. A Perucho le gustaban mucho las mixtificac­iones literarias, los apócrifos y los pastiches, y he pensado que se divertiría viendo que su amigo se entretiene haciéndose pasar por él. La Imprudente, que hoy ofrezco, es un cuento apócrifo de Botánica oculta. También ha terminado un cuento de Historias secretas de balnearios, Barbara Steele y Federico Fellini en Chianciano. Cuando ponga el punto final al cuento falso de Monstruari­o fantástico, El etiquetado­r, culminaré mi historia natural y se la daré a Montse Serra para que la publique en una plaquette de la colección Vibop

Ya nadie se acuerda de ello, pero el gran piloto Tazio Nuvolari, el antecedent­e de los Henry Pescarolo y los Dan Gurney de nuestros días, corrió la primera carrera internacio­nal en Vilafranca del Penedès, en 1923.

“El circuito está espléndido, si reparan algunos pequeños defectillo­s, y se espera que pasado mañana sea una verdadera pista a través de la óptima campiña del riente Penadés.”

Arranca la carrera. Nuvolari va en segunda posición. Resta es primero. Detrás, Divo y Deo. Pero entonces el coche de Nuvolari tiene una avería y se detiene frente a los pins d’en Sallarès. Mientras realiza las reparacion­es, Divo ataca Resta en la recta de los Monjos. Cada vez que pasan por entre las viñas, el aire que mueven los coches hace vibrar los pámpanos, que están rojizos, porque es el mes de octubre. La gente grita cuando pasa Divo, el gran héroe, que resultó vencedor el año pasado, y cuando pasa Llorens. Llegamos a la vuelta VII y Nuvolari, que se ha reincorpor­ado a la pista, recupera posiciones y ya va el décimo. En la vuelta XIV se vuelve a detener cerca de La Ràpita. La gente grita: “Nuvolari!”. Se saca las gafas que le marcan el negativo de dos círculos de polvo en la cara, levanta el capó y manipula en el motor. Salta al interior del auto y arranca. En la vuelta XXVIII ya es quinto. “¡Nuvolari en el puente! –grita el

speaker– ¡Nuvolari en La Almunía! ¡Nuvolari a la vista!” Divo primero, el conde Zborowsky segundo, Resta tercero, Fernando de Vizcaya, cuarto. Quinto.

Lo que no se sabía hasta hace muy poco es que el retraso de Nuvolari en el circuito de Vilafranca fue a causa de la Imprudente, una planta que vive en las viñas del Penedès y que parasita las vides de garnacha. Lo cuenta Sergio Busi en su libro Nuvolari (Cappelli Editori, 1965), en medio de las importante­s revelacion­es que antes de retirarse, en 1950, confió al pastelero Baraldi de Mántova, con quien estableció una entrañable amistad. Baraldi le proporcion­aba la torta sbrisolona, un pastel elaborado con una mezcla de harina de trigo y harina de maíz, almendras, mantequill­a y yema de huevo. A Nuvolari le gustaba tomar un triángulo de torta sbrisolona con una copita de malvasía Robert que cada año le traían de Sitges. Tras el fiasco de la carrera de Vilafranca, se fue a correr al Circuito Nacional de Sitges, que se acababa de estrenar. Se albergaba en el hotel Terramar, rodeado de señores con esmoquin y de flappers con faldas de flequillo que sorbían combinados en la piscina. Un día que quiso conocer el Cau Ferrat se paró en la pastelería Massó. Era muy goloso. La señora Enriqueta le descubrió la malvasía del Garraf. Años después, cuando ya era una celebridad, Nuvolari tenía un avión personal, con el símbolo que le diseñó el poeta Gabrielle d’annunzio: una tortuga con el anagrama TN. Aprovechad­o la época del año en la que no había carreras, a veces se desplazaba él mismo hasta el aeródromo Canudas. Allí le esperaban con un Alfa Romeo, que conducía hasta Sitges, por las costes del Garraf.

En los últimos años de su vida, Nuvolari no se podía quitar de la cabeza la espeluznan­te imagen de Ia Imprudente. Avanzaba rastreando desde las viñas de garnacha, a veces se enroscaba en uno de aquellos árboles torcidos que crecen siempre junto a las carreteras. Y cuando veía la nube de polvo de un Chiribiri o de un Elizalde, empezaba a frotar tallos y hojas, bajaba de la rama de un alcornoque, rastreaba por el suelo como una culebra, y se quedaba quieta en medio del camino. Entonces adoptaba la forma de un perro, de un gato o de un niño de pañales. Nuvolari ve un bulto en la pista, pisa el pedal del freno, que golpea metálico, aprieta muy fuerte las manos al volante, con los guantes de cabritilla, y cierra los ojos detrás de las gafas de aviador. En el último momento, la Imprudente se levanta y sale corriendo hacia las viñas. Nuvolari alcanza a ver piernas y brazos formados con ramas y hojas y se li hiela la sangre. Una de las ruedas del Chiribiri se mete en un reguero, da un salto, inicia un trompo y acaba entre los pinos. Nuvolari baja del coche sacudiéndo­se el mono y maldiciend­o a Lineo. Ve pasar a Deo, Zborowski, Satústegui, Airam y Pagès. Abre el capó, mira en el interior, coloca bien una correa que había salido de sitio. Cuando pasa Feliu, que va el último, le saluda levantando la mano. Nuvolari le devuelve el saludo sacudiendo la cabeza, sube en el coche y sale pitando.

Las primeras noticias de la Imprudente se publicaron en el semanario Papitu que, hacia 1910, publicaba muchos chistes de las carreras de coches, que entonces empezaban. Está el famoso dibujo de Josep Aragay, Jacob, “La Voiturette número 20 a vista de víctima”. Se ve una gran nube de polvo automovilí­stico y un piloto que saca el brazo de la carlinga. Detrás del bólido hay unas formas inciertas: son las hojas que la Imprudente ha perdido mientras huía corriendo hacia las viñas de garnacha. Era la época en la que los pilotos encontraba­n gatos, perros, gallinas y pollos en medio del camino. La Imprudente, al ver los primeros coches de competició­n atravesand­o los viñedos en aquellas carreras improvisad­as, les tomó afición y cada vez que oía roncar los motores se acercaba a la cuneta.

Le hubiera gustado ser piloto, lucir un mono azul cielo y un pañuelito atado al cuello, como Nuvolari. Le gustaban los coches italianos, rojos, con el número blanco, pintado grande, en el radiador o sobre la tapa del motor. Se imaginaba pasando frente a la tribuna, levantando la mano, hecha de ramitas, mientras la gente coreaba su nombre. Y como no lo conseguía se dedicaba a asustar a los corredores. También le hubiera gustado ser mecánico, ir con la cara y las manos tiznadas de grasa y con un trapo sucio en el bolsillo de atrás del pantalón. Todos decían que Nuvolari era el mejor y le tenía manía.

Cuando las carreras pasaron de las carreteras de tierra a las pistas asfaltadas, la Imprudente, que se había convertido en un tiffosi, las seguía por todas partes. Siempre buscaba algún viñedo próximo para parasitar las vides: era su manera de repostar en el poste de gasolina. Si la carrera era el Gran Premio de Alemania en Nürburgrin­g, buscaba alguna viña de la variedad Riesling. En el Gran Premio de Francia en el circuito de Reims alternaba entre chardonnay y pinot noir de las bodegas Mumm y Moët Chandon. En la época de la vendimia, en el Gran Premio de Italia, en el circuito de Monza, pasaba la noche en un viñedo de malvasía di candia que se decía que fue propiedad de Leonardo da Vinci. Asistió a los grandes éxitos de Fangio, brindando con un malbec y a los de Bruce Mclaren con un shiraz australian­o.

Últimament­e ha descubiert­o el libro de Paul Frère La conduite en competitio­n y, desde la tribuna, mientras pasan Innes Ireland o Peter Revson, explica a los otros espectador­es como se las apañaría ella para trazar la curva. Se pone de los nervios si cree que lo están haciendo mal, y hace vibrar hojas y ramas dentro de la camiseta de Gulf. Le gusta mucho Chris Amon, y se desespera al ver que siempre pierde. En su novela Los juegos feroces, el escritor del futuro Francisco Casavella explica la presencia de la Imprudente en el circuito de Montjuïc, cuando era pequeño. Salía de los jardines de Larival, saltaba la valla y se situaba en la curva de la Font del Gat con un pañuelo simulando que toreaba a los bólidos. Después, tenía que salir corriendo para que no la atrapara la Guardia Civil.

Tras las revelacion­es de Nuvolari se ha hablado mucho de la relación de la Imprudente con algunos episodios oscuros de la historia del automovili­smo. Se dice que el gran rival de Nuvolari, Achille Varzi, cayó bajo la influencia de la Imprudente y empezó el declive que le llevó a presentars­e a las carreras demacrado y con unas grandes bolsas violáceas bajo los ojos. La Imprudente se le apareció en Monza, en la curva sur del antiguo óvalo y le dio un susto de muerte. En su biografía de Varzi, Una curva cieca, Giorgio Terruzzi explica que nunca se recuperó de la impresión y que poco después cayó en las drogas. Pero se trata de una suposición totalmente infundada.

En tiempo de confinamie­nto, y ahora que hay más horas para leer, la sección de Cultura ha invitado a periodista­s y colaborado­res de La Vanguardia con obra literaria a escribir un relato de ficción.

La excusa es la cuarentena, pero el tema es libre

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