Contra la inercia de la confrontación
Aprovechando la crisis del coronavirus, China y Estados Unidos deterioran estos días un poco más sus relaciones diplomáticas, ya muy dañadas por la guerra comercial. Un portavoz del Ministerio de Exteriores chino tuiteó la semana pasada que esta enfermedad habría sido llevada a Wuhan, zona de origen de la pandemia, por el ejército de EE.UU. El presidente Trump y su secretario de Estado Mike Pompeo suelen referirse a la enfermedad como “el virus chino”, o “de Wuhan”. Lo primero no gustó en Washington. Lo segundo molesta en Pekín. China acaba de expulsar a los corresponsales de los principales medios de comunicación norteamericanos, después de que EE.UU. restringiera la operatividad de los corresponsales chinos en su territorio.
Ante una crisis global como la del coronavirus, que requiere de todos los esfuerzos, a poder ser coordinados, caben dos opciones. Una, a todas luces errónea, es pelearse con el vecino. Otra, tratar de sumar esfuerzos para contener la enfermedad y, así, limitar la inquietud y las pérdidas de los ciudadanos.
Hemos empezado mencionando la disputa entre las administraciones de China y Estados Unidos, pero por desgracia no es la única. A otro nivel, produce cierto asombro en Catalunya que Jxcat y ERC hayan vuelvo a incurrir en nuevos desencuentros a propósito de los presupuestos, al parecer en vías de solución, cuando a nadie se le oculta que aprobar cuanto antes unas cuentas con mayor disponibilidad de gasto es siempre conveniente, y ahora más todavía.
La inercia de la confrontación es pertinaz en la escena política, ya sea internacional o nacional. Son muchos los representantes públicos que en el desempeño de su labor anteponen el desgaste del rival a cualquier otra prioridad. Al obrar así, suelen equivocarse. Deberían corregirse cuanto antes. En primer lugar por una elemental sensatez. Y en segundo porque, en una situación de emergencia sanitaria como esta, pueden necesitar en cualquier momento el auxilio de sus rivales. Y estos, el suyo. Hay que darse cuenta de que esa inercia de la confrontación, tan arraigada, no debería regir ahora. Estamos viviendo un paréntesis en nuestras vidas, como cualquiera puede atestiguar por experiencia propia, y no debería ser tan difícil aplicar también ese paréntesis a las rencillas políticas cotidianas. Quienes no lo hagan dirán muy poco en su favor.
Por todo lo expuesto, el pleno –es un decir: asistieron, debido a la epidemia, muy pocos diputados– extraordinario celebrado ayer en el Congreso presentó rasgos reconfortantes. En su transcurso, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, dio cuenta del estado de alarma decretado en nuestro país. También de las medidas adoptadas para combatir el coronavirus, las ya conocidas y unos presupuestos de reconstrucción social y económica, invitando a los presentes, grupos de la oposición incluidos, a respaldarle. Y, a decir verdad, obtuvo una respuesta en líneas generales satisfactoria. El popular Pablo Casado, en un ejercicio de oposición constructiva, acertó al apelar al “lazo moral que nos une a todos” y expresar su apoyo al plan del Ejecutivo. ERC se dijo dispuesta a colaborar. Unidas Podemos se mostró de acuerdo con el camino elegido. Sólo Vox dio la nota disonante, pidiendo la dimisión de Carmen Calvo y Pablo Iglesias, como si en plena tormenta fuera aconsejable diezmar la oficialidad que pilota la nave.
El Rey, en horas asimismo difíciles para la monarquía, pronunció a las 9 de la noche un excepcional mensaje televisivo, llamando también a la unidad en la lucha contra el virus. “Dejemos de lado nuestras diferencias –aconsejó Felipe VI–, unámonos en torno al mismo objetivo”. El monarca concluyó su mensaje con una nota optimista, indicando que “recuperaremos el pulso, la vitalidad y la fuerza”, porque “no nos rendiremos antes esta dificultad: ¡ánimo y adelante!”.
“Dejemos de lado nuestras diferencias y unámonos en torno al mismo objetivo”, aconsejó anoche Felipe VI