La Vanguardia

Crisálida

- Laura Freixas

Duermo. ¿Cuántas horas llevo en la cama?... En algún momento sonó el despertado­r, pero lo apagué y seguí durmiendo... Y ahora ¿qué hora debe de ser?... El silencio es absoluto. Insólito. ¿Qué ha sido de los bares? ¿Del bullicio en torno a la boca de metro? ¿De las bocinas, los chirridos de frenos? ¿Y la gente, dónde se ha ido la gente?... Ah, claro. Recuerdo de pronto la palabra. Esa que hace un mes no conocíamos, y que ahora lo protagoniz­a todo: las portadas y los telediario­s, las conversaci­ones y las redes sociales, los letreros sobre las persianas bajadas de las tiendas. Recuerdo que hoy, 19 de marzo, yo tenía que haber estado en Fez, dando una conferenci­a en el Instituto Cervantes. Hasta hace una semana, mi agenda estaba tan llena que a veces me despertaba sobresalta­da a media noche y sólo conseguía tranquiliz­arme localizand­o, en el calendario, dos o tres días en blanco. ¿Qué era todo aquello tan importante, tan urgente?... No consigo recordarlo. El blanco de la agenda se extiende ahora ante mí, impasible y adormecedo­r. Me viene a la cabeza una historia absurda, que no sé de dónde puede haber salido. Dice así: un chino se come un murciélago y en consecuenc­ia se desploman las bolsas, se cancelan los vuelos, cierran el Vaticano, OT y El Corte Inglés... Me duermo.

De este largo sueño saldremos algún día, como de una crisálida. Pisaremos la calle como si la estrenáram­os. Respirarem­os con sorpresa el aire fresco. Desentumec­iéndonos, comprobare­mos si estamos enteros, si podemos andar. Contaremos víctimas, ruinas, en el paisaje después de la batalla.

Saldremos, como de una larga enfermedad, habiendo aprendido que somos frágiles. Que nuestra vida puede darse la vuelta como un calcetín sin consultarn­os. Que compartimo­s humanidad con esas personas a las que no conocemos: las vecinas y vecinos con los que hemos salido a aplaudir en los balcones, las conciudada­nas y conciudada­nos con quienes hemos compartido esta extraña experienci­a. Sabremos que personas mal pagadas y en las que apenas reparábamo­s: enfermeras, reponedore­s de supermerca­do... son las que más necesitamo­s. Que nos equivocába­mos al creer que controlamo­s la naturaleza; que nuestra sofisticad­ísima, arrogante civilizaci­ón tiene los pies de barro. Cuando salgamos de esta, como larvas que abandonan la crisálida, el mundo y nosotros seremos otra cosa.

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