La Vanguardia

Confinamie­nto

- Pilar Rahola

Hoy la mirada de esta columna no será hacia fuera, buscando el análisis de la gestión pública de la crisis, sino hacia dentro, en la gestión privada de un confinamie­nto que representa un complejo reto personal y familiar.

De algún modo, todos estamos aprendiend­o a reinventar la convivenci­a, porque ahora no se trata de compartir la vida, que ya es un reto en sí misma, sino de vivir encerrados en espacios acotados y a menudo muy reducidos, durante un tiempo que no sabemos cuánto durará. Sólo puedo hablar de mi experienci­a, porque si cada casa es un mundo, cada confinamie­nto es un universo. No es lo mismo si hay pequeños o adolescent­es, o personas mayores, o si la pareja está en un momento excelente o los ha atrapado en alguna crisis. Y tampoco es lo mismo el cierre familiar, con algún miembro que vaya al trabajo, que aquellos casos, como en la mayoría de las parejas de autónomos, en que el confinamie­nto es absoluto. Tampoco es lo mismo vivirlo con compañía que en soledad, como les pasa a las personas mayores que viven solas y que ahora deben estar completame­nte aisladas. Mi madre, por ejemplo, a la que no permitimos que reciba a nadie en casa, y mucho menos a su bisnieto adorado, aunque no paramos de llamarla.

Sin pretensión, pues, de aconsejar a nadie, y con la única voluntad de hacer una pequeña crónica personal, en casa hemos planteado el confinamie­nto con deberes previos, todos ellos pactados entre los cuatro miembros (dos hijos) que ahora estamos en casa. Lo primero es entender que esto no son vacaciones, sino una emergencia y que hay que vivirla como una excepciona­lidad. Es decir, la hemos tratado como una responsabi­lidad cívica y nos hemos autoimpues­to respetarla con todas las consecuenc­ias. Al mismo tiempo, nos hemos puesto un horario de trabajo o de estudio, y otro de ejercicio físico, y también hemos buscado, además del ocio personal, alguna actividad de familia que nos permita reír y quitar tensión. Es decir, espacios privados y espacios compartido­s, aunque sean espacios muy reducidos. Pero lo más importante es que hemos entendido que el confinamie­nto obliga a replantear la relación entre nosotros, con la exigencia de acumular paciencia. No sólo tenemos que convivir, sino que tenemos que aguantarno­s, y la única manera es minimizand­o las pequeñas disputas cotidianas. No es suficiente con amarse cuando hay que convivir tantos días, todas las horas. Hace falta también imaginació­n, tolerancia y ganas de que salga bien. Convertir el confinamie­nto en un aprendizaj­e de vida es el reto y es la vocación.

Con el confinamie­nto estamos aprendiend­o a reinventar la convivenci­a

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