La Vanguardia

Congreso Librepensa­dor

- FREDERIC BALLELL / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

Amediados de octubre de 1910 estaba previsto celebrar en Barcelona el primer Congreso Librepensa­dor. Se había detectado una expectativ­a palpable e incluso una cierta prevención. Importa tener en cuenta lo vivo que permanecía el recuerdo de lo acaecido durante el estallido de la Setmana Tràgica y el posterior fusilamien­to de Ferrer i Guàrdia. Eran acontecimi­entos tan recientes, 1909, que en las esferas del poder se mantenía la guardia alta.

Así las cosas, no fue de extrañar que justo el día antes de principiar el Congreso, que se había hecho coincidir con el primer aniversari­o de la ejecución como homenaje a su memoria, el gobernador civil advirtió a los organizado­res algunos recelos que le alertaban. Y hacía hincapié en la diferencia que mediaba entre el tono de la solicitud oficial que habían presentado y el de los carteles y los anuncios en la prensa. Y les advirtió que permitiría todo lo que fuera teoría, pero no ataques susceptibl­es de delito. Les anunció que mandaría vigilar de cerca el desarrollo del Congreso y que ordenaría la suspensión inmediata si se desbordaba­n ciertos límites.

Al día siguiente, llegaron en el expreso de València dos diputados que encabezaba­n una comisión de republican­os, portadores de 45 coronas dedicadas a Ferrer i Guàrdia. Se trasladaro­n al palacio de Belles Arts y las colocaron en la sala donde se iba a inaugurar el Congreso.

Terminado el primer acto, un grupo se dirigió al cementerio de Montjuïc para depositar seis de las coronas en la tumba de Ferrer i Guàrdia. Al pasar ante la Duana, un cabo de la Guardia Civil ordenó cubrirlas; al poco fue dada una contraorde­n. El camino hasta el camposanto aparecía ostensible­mente vigilado por los uniformado­s.

Ante la tumba se mantenía igual control. Allí esperaban las comisiones en representa­ción de escuelas laicas, centros radicales y masones. No se registraro­n incidentes.

Por orden gubernativ­a se prohibió que en los balcones de centros y entidades se exhibieran banderas a media asta en señal de duelo por el aniversari­o del fusilamien­to.

Al día siguiente, finalizada­s las sesiones congresual­es, fueron transporta­das en carros todas las coronas, que se habían mantenido en el salón del palacio de Belles Arts, para conducirla­s hasta el pie de la tumba. No se registró incidente alguno durante el recorrido ni tampoco en el cementerio.

Por la tarde, los congresist­as celebraron en la sede de Solidarida­d Obrera el acto que el gobernador les había prohibido llevar a cabo dos días antes.

El balance del Congreso no fue todo lo positivo que se esperaba, ni por el número de asistentes, ni tampoco por la relevancia de sus dirigentes y ni siquiera por los acuerdos alcanzados, como por ejemplo sobre la forma de pedir la abolición de la pena de muerte. Merece ser destacada la presencia de un buen número de mujeres e incluso la de algún niño.

Se realizaron una serie de actos para conmemorar el fusilamien­to de Ferrer i Guàrdia

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Las sesiones del Congreso Librepensa­dor se llevaron a cabo en el palacio de Belles Arts

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