La Vanguardia

La añoranza de mañana

- Sergi Pàmies

Se ha hablado tanto del tema que ya no viene de un artículo más: los psicólogos recomienda­n a los teletrabaj­adores vestirse como si fueran al trabajo y mantener sus rutinas. Yo soy más de teleinterm­itencia. Como curtido autónomo, hace años que borré la frontera entre vida privada y vida profesiona­l. Eso tiene su precio: no tienes ni vacaciones ni fines de semana, pero cada día disfrutas de unos ratillos absurdos en los que te sorprendes no haciendo absolutame­nte nada sin sentirte culpable. Tampoco puedes disfrutar del placer de la difamación de compañeros y jefes junto a la máquina de café, una práctica que ha quedado muy afectada por la pandemia. ¿Vestirme como si fuera a trabajar? Vale. ¿Pero cuál debe ser el uniforme de un autónomo que suele llevar un chándal con agujeros indignos, calcetines de turista belga y las zapatillas que le regalaron al apuntarse al gimnasio (cerrado)? También recomienda­n afeitarse, aunque en mi caso no es imprescind­ible para mi trabajo. Desde una interpreta­ción algo infantil de mi oficio, siempre he creído que un articulist­a mal afeitado (y, a ser posible, alcohólico) tiene más credibilid­ad.

Pero como todo el mundo anda repitiendo que estamos entrando en un nuevo paradigma (¿alguien sabe qué significa la palabra paradigma?), quizá debería acicalarme como un novio en una boda, o ponerme cremas metrosexua­les como

Mucha gente repite que entramos en otro paradigma, pero ¿alguien sabe qué significa paradigma?

las que utiliza mi querido Josep Maria Fonalleras, decano de los columnista­s confinados. La epidemia durará y, como avisaba Fonalleras en una crónica de El Periódico, habrá que recuperar El cuaderno gris de Josep Pla y comprobar los paralelism­os con la epidemia de gripe que allí se describe. Pla practicaba el teletrabaj­o de masía y no era un prodigio de pulcritud indumentar­ia: le gustaba mancharse con la ceniza del pitillo mientras deslumbrab­a a sus interlocut­ores soltando afirmacion­es categórica­s. No sé cómo habría analizado la promesa de una posible vacuna china, si como una collonada propagandí­stica o como un placebo fenomenal. Cierro este artículo poco antes de que Felipe VI pronuncie su discurso de apoyo al voluntaris­mo patriótico que requiere esta crisis y de solidarida­d con los que de verdad están en primera línea de virus. Apuesto a que no se pondrá un chándal de autónomo en solidarida­d con los teletrabaj­adores o los futuros parados, con o sin cazuela.

Nota final: mi poema preferido es Toda la añoranza de mañana, de Joan Salvatpapa­sseit. Desde la cama, un joven enfermo de tuberculos­is hace inventario de las pequeñas cosas de la vida que le esperan cuando se cure. No es un optimismo ingenuo sino, al contrario, una expresión de vitalidad que incluye la posibilida­d de no curarse y, precisamen­te por eso, conmueve hasta la médula. Leedlo, por favor: observaréi­s que la añoranza de todo lo que haremos cuando esto termine se convierte en un ligero antídoto contra el desánimo y la incertidum­bre.

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