La peste, excusa del ‘Decamerón’
“¡Cuántos valerosos hombres, cuántas hermosas mujeres, cuántos jóvenes gallardos a quienes no otros que Galeno, Hipócrates o Esculapio hubiesen juzgado sanísimos, desayunaron con sus parientes, compañeros y amigos, y llegada la tarde cenaron con sus antepasados en el otro mundo!”. Así presenta Giovanni Boccaccio (1313-1375) el contexto en el que se enmarca el Decamerón, que no es otro que la peste negra que en 1348 azotó Florencia. Esta epidemia le sirve de excusa literaria para situar a siete mujeres que se encuentran en una iglesia y deciden aislarse en una villa de las afueras para sobrevivir, acompañadas por tres hombres escogidos al azar (la idea de refugiarse en el campo no era muy acertada porque la peste se propagó a la especie humana desde las ratas transportada por pulgas y estas abundaban en el mundo rural).
La excusa le sirve a Boccaccio para que durante diez días cada protagonista explique a los otros diez cuentos. Son un centenar de narraciones, que más allá de su carga erótica y anticlerical, han tenido una gran influencia en la literatura por su ingenio y reflexiones.
El libro, escrito en italiano, contó pronto con traducciones a diversos idiomas. La primera versión en catalán es anónima y está fechada en Sant Cugat del Vallès en 1429. El manuscrito original –que según la tradición estuvo en la biblioteca de Benedicto XIII pese a ser un libro prohibido por la Inquisición– se halla en la biblioteca de Catalunya (la traducción más actual es la que hizo Francesc Vallverdú en 1984). En castellano hay otra traducción del siglo XV, cuyo manuscrito se conserva en el monasterio de El Escorial.
La peste negra, con sus 25 millones de muertos sólo en Europa, ha sido recordada por otros muchos historiadores, literatos y artistas. Incluso se cree que está en el origen de La dansa de la mort, que se bailó en distintos puntos de Europa y se ha conservado en Verges. Pero el Decamerón ha tenido también un gran impacto. Basta recordar las versiones cinematográficas de Pier Paolo Pasolini (1971) y los hermanos Taviani (2015). El pintor Sandro Botticelli le dedicó cuatro tablas inspiradas en el capítulo “El infierno de los amantes crueles”. Tres están en el Museo del Prado, por una donación de Francesc Cambó, y la otra en el palacio Pucci de Florencia.