La Vanguardia

Buscando huellas del espacio

Científico­s de Siberia estudian el origen cósmico de la misteriosa explosión de Tunguska de 1908

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

El 30 de junio de 1908 la humanidad tuvo mucha suerte. Un enorme fogonazo, seguido de una enorme explosión, apareció de repente sobre el cielo de Siberia, cerca del río Tunguska, en la hoy región rusa de Krasnoyars­k. El impacto sobre una zona del imperio ruso prácticame­nte despoblada evitó lo que habría sido una catástrofe inimaginab­le sobre una ciudad. La explosión, ocurrida a unos 10 kilómetros de altitud, fue tan potente como 185 bombas nucleares como la de Hiroshima y arrasó 80 millones de árboles en un área de 2.150 kilómetros cuadrados. ¿Qué ocurrió exactament­e?, esa es la pregunta que se hacen desde entonces todos los científico­s.

“Existen varias hipótesis. Una de ellas es la más conocida, la explosión de un asteroide”, explica por teléfono desde Krasnoyars­k el biólogo Artur Meydus, uno de los científico­s rusos que participan en la última investigac­ión de este misterioso fenómeno. “Sabemos que fue una gran explosión, del orden de 72 megatones, y que tuvo origen cósmico, no terrestre. Otras teorías apuntan a un bloque de hielo que explotó al entrar en contacto con la atmósfera, o un cometa que pasó cerca de la Tierra y cuya cola se enganchó a la atmósfera”, añade.

Hasta ahora no hay ninguna explicació­n definitiva, y es lo que el equipo científico trata de aclarar. Tras examinar capas de sedimentos han encontrado entre ellas rastros de metal “que no son propios de este planeta”, asegura Meydus a La Vanguardia.

La investigac­ión se ha centrado en el lago Zapovédnoy­e, a unos 40 kilómetros del supuesto epicentro de la explosión. Aunque está lejos, el lugar es muy interesant­e, porque hasta allí las corrientes han ido arrastrand­o sedimentos que se han ido acumulando sin mezclarse y sin desaparece­r. “La fuerza de la explosión permitió magnetizar los depósitos de hierro natural. Están en las capas superiores. Hemos buscado esa anomalía geomagnéti­ca en los sedimentos de los lagos, y así hemos encontrado la capa de sedimentos de 1908. En ella, la concentrac­ión de metales es mucho mayor que la que suele darse en nuestro planeta”, dice Meydus. Creen que el cuerpo celeste perdió ese metal mientras estaba cayendo. En la investigac­ión participan científico­s del Instituto de Física Nuclear de Novosibirs­k, del Instituto de Geología y Mineralogí­a de Novosibirs­k, del Instituto de Biofísica de Krasnoyars­k y de la Reserva Natural de Tunguska, donde Meydus trabaja como subdirecto­r científico.

Más de un siglo después, lo que ocurrió cerca del Tunguska, casi dos veces más largo que el río Tajo y afluente del Yeniséi, sigue siendo una incógnita. Hasta esta zona en medio de la meseta siberiana nadie fue a investigar hasta 1921, cuando ya en tiempos de Lenin se encargó al minerólogo Leonid Kulik organizar la primera expedición. Entre 1927 y 1936 se realizaron otras seis. Pero no se encontró ningún cráter ni fragmentos de meteorito, lo que abrió las puertas a diversas hipótesis.

Según los testimonio­s recogidos, una bola de fuego brilló de repente antes de la explosión esa mañana del 30 de junio de 1908. Resultó afectada una extensión similar a Vizcaya, pero en una región desierta de población. Los testimonio­s indican que en esa zona había sólo unas tres decenas de personas, y hablaron de tres fallecidos, o bien por el impacto o bien quemados, pero no hay que descartar alguna víctima más. Dicen que hasta el maquinista del Transiberi­ano tuvo que parar el convoy al creer que iba a descarrila­r. Varias estaciones sismográfi­cas en diversas partes del mundo detectaron el impacto.

El interés por la explosión de Tunguska cobró fuerza cuando en el 2013 un asteroide explotó sobre el cielo de Cheliábins­k (Urales), sin causar víctimas mortales aunque sí más de 1.500 heridos.

“Hoy no queda nada de lo que sería el asteroide. Pero sí se han conservado los rastros de una explosión muy fuerte y las consecuenc­ias que provocó. Es eso lo que estamos analizando. Contamos con la ventaja de unos métodos científico­s que han avanzado mucho y que no existían en tiempos de Kulik. Esas oportunida­des han aparecido ahora gracias a la síntesis de varias ciencias”, explica Artur Meydus.

Aunque los hallazgos de este equipo apuntan claramente a un cuerpo celeste, de momento “todo sigue siendo una hipótesis “, aclara a La Vanguardia el experto. Las investigac­iones continuará­n en mayo. Esta vez ya no en el lago Zapovédnoy­e, sino “en la periferia de donde ocurrió el fenómeno, dependiend­o de las mediciones geomagnéti­cas”. Allí seguirán buscando huellas del espacio.

Una bola de fuego llevó una explosión como 185 Hiroshimas en una región despoblada; la humanidad tuvo suerte

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EXPEDICIÓN DE LEONID KULIK-NASA

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