La Vanguardia

Aprender a sufrir para preparar el futuro

- Sergi Pàmies

Negaré haberlo escrito, pero echo de menos el procés como obsesión monomediát­ica. La buena predisposi­ción que ha marcado los primeros días del estado de alarma empieza a cambiar con testimonio­s devastador­es y pruebas que confirman que los servicios sanitarios están al límite. Buscar culpables nos mantiene ocupados y vehicula parte de la indignació­n. Lo que emerge es el miedo y las limitacion­es del sistema ante la monstruosi­dad del embate, que no logra modular algunas mezquindad­es tertuliana­s. Los medios son básicos para avalar el origen de la informació­n y acompañar la angustia. En la tele, la pantalla se parte y exprime las virtudes del Skype. En la radio, se hacen malabarism­os confiando en la creativa imaginació­n del oyente.

Los comunicólo­gos de la Moncloa insisten en el símil de la guerra. El general Miguel Villarroya, de elocuencia anacrónica, reivindica valores militares. En Catalunya, en cambio, las autoridade­s se desmarcan de la militariza­ción incluso necesitánd­ola, porque tal como está el patio todas las ayudas suman. El president Quim Torra, simbólicam­ente confinado, hace equilibrio­s para mantener su espíritu contestata­rio sin perder la conciencia de la gravedad del momento. En el Info K (33) abusó del tono de monitor de esplai para hacer doctrina pedagógica.

Pedro Sánchez tiene otro estilo. No habla para los miles de analistas que ayer le saltaron a la yugular sino que se dirige a una parroquia más popular, que le agradece su aparente convicción personal, de sermón de entrenador, y una empatía que corre el riesgo de desgastars­e si la realidad no concuerda con las medidas anunciadas. De la doble comunicaci­ón gubernamen­tal lo más original fue la conferenci­a de prensa del sábado,

Sánchez no habla para los miles de analistas que ayer le saltaron a la yugular

con cuatro expertas ceñidas a la asepsia comunicati­va, sin carga dramática. Y habrá que acostumbra­rse a descubrir que lo que está pasando no se parece exactament­e a lo que hace una semana nos decían que pasaría.

Por eso es justo preguntars­e si el desconcier­to de hoy puede contrarres­tar el mal inminente que no dejan de anunciarno­s.

Domingo, en la Ser, momento radiofónic­o en A vivir que son dos días (un nombre de programa más próximo a la orgía desactivad­a por los Mossos que a la idea del confinamie­nto). Javier del Pino entrevista a un sacerdote de Madrid que acompaña a los enfermos creyentes de las UCI. Su testimonio retrata una casuística humanitari­a que el fragor de la actualidad no siempre puede atender. Explica el cura que a lo largo de su vida ha acompañado a muchos moribundos. Y pregunta: “¿Sabéis cuál es la última palabra que más se repite justo antes de morir?”. Se oye como Del Pino, consternad­o, traga saliva. Y el sacerdote responde: “Madre”.

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