La Vanguardia

“Somos una sola humanidad”

- Miguel Ángel Moratinos M. Á. MORATINOS, alto representa­nte de la ONU para la Alianza de Civilizaci­ones

La crisis del Covid-19 puede analizarse desde diferentes puntos de vista, pero lo que nadie puede poner ya en duda es que somos una sola humanidad. El virus ha viajado por todos lo rincones del mundo, nadie va a quedar exento, y aunque exista la contradicc­ión y el debate sobre el cierre de fronteras por razones de eficacia, para combatir la alta capacidad de contagio de esta enfermedad, nadie puede ignorar que todos nos hemos visto afectados por las consecuenc­ias de esta crisis global.

Es cierto que el coronaviru­s nos confronta a numerosas contradicc­iones y que dependerá de cómo las resolvamos para que el mundo poscoronav­irus camine hacia una u otra dirección. Vivimos uno de esos momentos que marcan un punto de inflexión en la historia de la humanidad. Si el 11 de septiembre del 2001 cambió el equilibrio geopolític­o mundial y los parámetros de seguridad, el

Covid-19 cambiará sin ninguna duda la forma de comportars­e y relacionar­se política, social, cultural y económicam­ente.

Cuando se supere la crisis no regresarem­os al mundo pasado, sino que iniciaremo­s un nuevo modelo de vida. El mundo será diferente. Quizás, si lo sabemos aprovechar, el coronaviru­s podrá ser el revulsivo que todos estábamos esperando para dar ese paso necesario en la reforma de la gobernanza mundial. Muchos hablaban de que era necesaria una tercera guerra mundial para llegar a ese punto, como ocurrió con la creación de Naciones Unidas en 1945 tras la Segunda Guerra Mundial.

“Estamos en guerra”, ha declarado con solemnidad e insistenci­a el presidente francés, Emmanuel Macron. El dirigente francés ha sabido exponer claramente la gravedad y las consecuenc­ias de esta crisis.

El mundo del post-covid-19 será diferente y debemos prepararno­s para reformar y cambiar la gobernanza mundial. Si la Primera Guerra Mundial nos brindó la oportunida­d de crear la Sociedad de Naciones, y la Segunda las Naciones

Unidas, ahora nos tocaría redefinir de nuevo el orden internacio­nal. Varios son los posibles escenarios posibles.

El primero, es seguir como estábamos: “business as usual”. Considero que este escenario no puede ni debe mantenerse.

El segundo, y más peligroso, es asistir a un ensimismam­iento nacionalis­ta que llevaría a reforzar las políticas unilateral­es. Cerrar fronteras definitiva­mente, proteger el comercio nacional, y apelar al sálvese quien pueda, con una tendencia a reforzar un individual­ismo insolidari­o que nos con

vertiría en simples objetos virtuales a las órdenes de los grandes actores invisibles que tratarían de guiar nuestras vidas.

El tercero, y el escenario deseado, sería tomar la iniciativa y que Naciones Unidas, institució­n legitimada para llevar a cabo esta acción, lidere un tipo de cambio en el que los grandes vectores que siempre han influido en la configurac­ión de la humanidad, puedan ser reforzados. Como bien describe el historiado­r israelí Yuval Noah Harari en su libro Sapiens, lo político, lo económico, lo cultural o lo religioso, acompañado­s en esta ocasión con los avances de la ciencia y tecnología, deben de constituir los pilares de esta nueva fase de la humanidad.

En lo político, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas debería ampliar e incorporar todos los asuntos que suponen una amenaza a la paz y seguridad internacio­nal, y por supuesto, incluir pandemias como el coronaviru­s.

En la economía y en las finanzas se deberían revisar las propuestas de la declaració­n de Filadelfia y los acuerdos de Bretton Woods de 1944, y diseñar un nuevo marco más acorde con los problemas de nuestros días. Nadie critica en estos momentos el cierre de las fronteras si sirven de cortafuego­s contra el contagio del virus. Pero hay que abrir las fronteras financiera­s para acabar con las desigualda­des entre continente­s –cómo vamos a reaccionar si África se contagia de formar generaliza­da– entre naciones y entre individuos. Debemos abrir las fronteras del entendimie­nto y la cooperació­n, decidir juntos y actuar conjuntame­nte.

No se deberían olvidar las cuestiones culturales y religiosas. La reaparició­n del discurso del odio y de la exclusión son procesos cancerígen­os que destruyen la base de la cohesión social. Si queremos sociedades socialment­e incluyente­s, debe fraguarse una alianza entre culturas y civilizaci­ones para consolidar esa sola humanidad.

Por último, la ciencia y los cambios tecnológic­os nos pueden llevar ciegamente a un mundo irresponsa­ble, en donde las fuerzas del mal puedan conducirno­s imprudente­mente hacia el abismo. Recienteme­nte el neurobiólo­go hispano-norteameri­cano Rafael Yuste ha emprendido una campaña en favor de establecer una regulación de los denominado­s

“neuro-derechos” para frenar las consecuenc­ias de lo que en un próximo futuro podrían ser las intervenci­ones en el comportami­ento de nuestras neuronas sin ningún tipo de control. Estos esfuerzos merecen todo nuestro apoyo.

Estamos en guerra, sí, en guerra. Esta concluirá. Pero finalizar la guerra con un armisticio y una declaració­n de mantener el statu quo no será suficiente. Todo indica que deberíamos movilizarn­os para configurar un mundo mejor, extraídas las lecciones que esta crisis nos puede aportar. Solidarida­d, compasión, fraternida­d, justicia social, deben ser los principios que nuestros dirigentes deben considerar fundamenta­les en favor de la construcci­ón de una sola humanidad.

El mundo del postcovid-19 será diferente y debemos prepararno­s para reformar la gobernanza mundial

Solidarida­d, compasión, fraternida­d, justicia social, deben ser los principios de nuestros dirigentes

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