La orfandad de Astérix
Nada permitía imaginar a René Goscinny y Albert Uderzo, cuando en octubre de 1959 publicaron la primera entrega de Las aventuras de Astérix el galo en la revista Pilote, que este cómic iba a convertirse en uno de los más populares del siglo XX. Y, sin embargo, las ventas de su treintena larga de álbumes, traducidos a 111 idiomas, lo atestiguan de modo inequívoco: 380 millones de ejemplares.
El guionista Goscinny –fallecido en un lejano 1977, tras firmar a medias 24 álbumes de Astérix–, y Uderzo, su dibujante –que murió ayer a los 92 años–, empezaron a trabajar en esta serie con la idea de producir un cómic “a la francesa”, en una época en la que la factoría norteamericana de Walt Disney, y las narraciones de superhéroes, proyectaban su dominante sombra global sobre el sector. Lo cual le valió a Astérix, el astuto héroe que asistido por la fuerza hercúlea de Obélix mantenía su pequeña aldea gala a salvo de las legiones romanas de Júlio César, el sambenito de chovinista. Es decir, de propagandista de las virtudes francesas, según algunos, o de irónico revisionista del gaullismo, según otros, y en definitiva de exponente destacado del esprit cocardier que concentra y sintetiza los excesos del patrioterismo en el país vecino.
Los padres de Astérix y Obélix siempre rechazaron este sambenito. Según dijo Uderzo a La Vanguardia, “no teníamos la formación ni las ganas necesarias para bucear en el año 50 antes de Cristo, que es cuando vivió Astérix, en busca de anécdotas históricas. Lo que hicimos fue trasladar las cuitas del hombre de la calle contemporáneo, sazonadas con humor, a la Galia de veinte siglos atrás. Ese es el secreto. Y funciona”.
Vaya si ha funcionado. Primero en Francia. Después en Alemania (lo que de paso vino a desmentir las acusaciones de chovinismo), y también en países de todo el mundo, durante decenios. La razón del éxito de Astérix no ha sido otra que el talento y el acierto de sus padres. Goscinny, autor también de las deliciosas aventuras de Le petit Nicolas, era un guionista de gran inteligencia y humor, que sabía combinar las bromas costumbristas con las lingüísticas y las culturales, al tiempo que satirizaba amablemente las relaciones de poder o la guerra de sexos, sin desdeñar la acción incruenta. Uderzo, que consagró el grueso de su vida profesional a Astérix, redondeó un estilo de dibujo limpio, efectivo e inconfundible, una auténtica imagen de marca en la tradición de la escuela franco-belga, acaso sólo superado por el de Hergé y su Tintín.
La única cosa que tenemos que temer –solían decir los irreductibles galos– es que nos caiga el cielo sobre la cabeza. Ayer el cielo cayó sobre la de Uderzo. Pero no parece que vaya a caer pronto sobre las de Astérix y Obélix, clásicos de la bande dessinée que siguen gozando de amplio aprecio popular.
La obra de Goscinny y Uderzo –fallecido ayer– se ha convertido en un clásico de la historieta