La Vanguardia

La peste nos hizo mejores

- Isabel Gómez Melenchón

La ciencia lo tiene claro: quienes sobrevivie­ron a las sucesivas plagas que han asolado a la humanidad fueron los más fuertes, los que tenían más defensas, los mejor adaptados. Y transmitie­ron todas esas ventajas a sus descendien­tes. Las transmitie­ron además aumentadas y añadidas: tras un plazo de recuperaci­ón duro, hubo más alimentos disponible­s para menos personas, más tierras y salarios más altos, mejores hábitos, menos guerras. Esa evolución se hizo evidente tras el azote de la peste negra, la que llegó en 1347 en varios barcos a Sicilia y redujo la población europea en algunos lugares hasta un tercio. La resistenci­a a la peste moldeó el sistema inmunológi­co de sus descendien­tes, que somos nosotros. Un grupo de investigad­ores británicos incluso ha vinculado una anomalía genética que protege frente al virus del VIH con las plagas de la edad media. Qué bien, ¿no?

Ahora viene la segunda parte. Hace años leí una novela sobre la plaga de 1347 que planteaba otra tesis no tan agradable: los que sobrevivie­ron, insistimos, nuestros antepasado­s en el caso de los europeos, no fueron sólo los más fuertes, sino los menos empáticos, los menos dispuestos a ayudar y a sacrificar­se. Dicho de otro modo: los que salieron corriendo. Los que abandonaro­n a familias y amigos; los que se quedaron a ayudar, a consolar, a hacer lo que estuviera en sus manos, aunque fuera sólo estrechar otras tan asustadas como las suyas, fueron los que cayeron. Eso explicaría, añadía el texto, por qué han abundado y abundan los desalmados y los poco empáticos, los egoístas que ponen el beneficio propio por delante del bien común.

Un repaso a la historia de los últimos siglos parecería darles la razón. Parecería.

Basta con ver la entrega de miles de ciudadanos que están anteponien­do el bienestar y la seguridad de todos al suyo propio para darse cuenta de que si realmente descendemo­s de los que salieron huyendo en el siglo XIV, nuestros genes también se han modificado en lo moral, y para bien. Dicen que los grandes enemigos de las pandemias han sido la higiene, los antibiótic­os, la prevención, en resumidas cuentas, la ciencia. Yo añadiría la conciencia.

En casa toca garbanzos, una sinfonía de legumbres después de las lentejas y antes de las habichuela­s. En clase de zumba han colgado una coreografí­a nueva, los niños de los vecinos se gritan en tres idiomas. Sus padres atruenan el barrio con el Sobrevivir­é a las ocho de la tarde, cada día. Me alegro de que lo hagan.

Descendemo­s de los que salieron corriendo en la peste o de quienes se quedaron a ayudar

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