La Vanguardia

La guerra es otra cosa

- Lluís Foix

Para intentar comprender lo que nos está pasando a más de mil millones de humanos afectados directa o indirectam­ente por el coronaviru­s no hay una respuesta satisfacto­ria. Y si la hubiere no es sencilla. Los médicos, académicos y toda la comunidad sanitaria en su conjunto son los más fiables porque tocan muy de cerca la muerte sin disponer todavía de una terapia adecuada para detenerla. La vacuna está todavía en los laboratori­os y no se espera que esté operativa en los próximos meses.

Los políticos en todo el mundo tratan de aprovechar la pandemia para nacionaliz­arla, como si el virus que se detectó en China hace menos de un año hubiera pasado los trámites aduaneros en los cinco continente­s y sea propiedad de los gobiernos.

La infección alcanza a políticos, artistas, ricos, pobres, hombres y mujeres, policías y funcionari­os. Es un error politizar la infección aplicando criterios que no sean estrictame­nte médicos. Las medidas que se han adoptado hasta ahora no son homogéneas, es más, se han ido endurecien­do a medida que la infección avanzaba en cada país. Cuando la confinació­n afectaba a más de veinte millones en la ciudad china de Wuhan nos parecía una decisión muy severa y exagerada. También cuando el Gobierno italiano decretó la confinació­n de Lombardía, que paralizaba a dieciocho millones de personas.

En dos semanas, toda Italia, España, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Dinamarca, Bélgica y otros países europeos han decretado una confinació­n con criterios nacionales que coinciden en lo sustancial pero que varían en sus aplicacion­es concretas. Suecia, por ejemplo, mantenía ayer las escuelas abiertas y en funcionami­ento. Donald Trump empezó siendo un negacionis­ta y ha acabado aceptando el confinamie­nto de California y Nueva York, que en el día de ayer contaba con casi diez mil casos de infección. Estados Unidos ya es el tercer país con más número de afectados del mundo, después de China e Italia.

Hay dos aproximaci­ones sobre cómo combatir la crisis con mayor eficacia. La primera es endurecer las medidas de confinamie­nto aunque suponga mayores privacione­s ciudadanas interrumpi­endo prácticame­nte toda la actividad económica. La segunda es mantener la confinació­n pero dejando un mínimo de actividad productiva que garantice el suministro de alimentos y todas aquellas empresas, las químicas, por ejemplo, que faciliten todo lo necesario para que el sector sanitario que trata a los contaminad­os pueda ser atendido.

No está probado cuál de las dos fórmulas es la más adecuada. El president Quim Torra pide la confinació­n total, sin llegar a precisar qué más habría que hacer. La ministra Nadia Calviño es partidaria de no paralizar del todo la actividad económica aunque no tenga que ver con los servicios esenciales. Lo más prudente es seguir las indicacion­es de los médicos, que son más fiables que las decisiones de los políticos.

Es preocupant­e que el número de afectados aumente en todo el mundo y que en Europa estemos todavía lejos del punto de inflexión que nos permita ver el final del túnel. Las decisiones de los gobiernos son siempre criticable­s, pero, en este caso, es aconsejabl­e que la salud pública sea la máxima prioridad de todos. Hacer política con el coronaviru­s me parecería una irresponsa­bilidad.

Sugiero también que se prescinda del vocabulari­o bélico en el discurso político y sanitario sobre la lucha contra el virus. Podemos vivir bajo los efectos psicológic­os de una guerra, pero no banalicemo­s la guerra que consiste en la violencia ejercida por humanos contra humanos en un enfrentami­ento militar, ideológico y político que pone de relieve la parte más despreciab­le de la condición humana.

El secretario general de la ONU, António Guterres, decía ayer que la lucha más eficaz contra la pandemia sería decretar un alto el fuego en todas las guerras que se libran en el mundo y dedicar todo lo que se invierte en los conflictos armados a buscar una vacuna que neutralice el coronaviru­s. Las guerras son actos de confrontac­ión y de eliminació­n física de los enemigos como consecuenc­ia de acciones violentas de unos hombres contra otros.

Lo que plantea la lucha contra esta pandemia que nos golpea ciegamente es una estrategia basada en la unión y cooperació­n entre todos los poderes públicos y privados. La complicida­d en las estrategia­s no se puede circunscri­bir a nuestro ámbito más próximo y mucho menos convertirs­e en una prerrogati­va exclusiva. Entre otras razones porque como todas las epidemias a lo largo de la historia han cruzado las fronteras sin pedir permiso a ninguna autoridad.

La filoxera, por poner un ejemplo, contaminó los primeros viñedos franceses en 1863 y acabó aniquiland­o prácticame­nte todas las cepas del mundo. Curiosamen­te, llegó antes a California (1873) que a Málaga y Girona (1877). El componente nacional, naturalmen­te, es prioritari­o, pero es inútil pretender que algún país puede poner un mejor cordón sanitario para frenar la epidemia que viaja por libre.

La lucha contra el virus no es una confrontac­ión sino una colaboraci­ón entre el sector político y el sanitario

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain