La Vanguardia

Pensamient­o positivo

- Sergi Pàmies

Traduciend­o del inglés, el presidente Sánchez ha introducid­o la idea de comprobar “de qué material estamos hechos” a partir de nuestra capacidad de resistenci­a a la epidemia. En otras épocas menos ampulosas habría dicho “saber cómo somos”, pero son fórmulas que nos llegan de la industria de la autoayuda y que, no sé por qué, adoptamos como propias. El libro Sonríe o muere, de Barbara Ehrenreich (Ed. Turner) analiza el llamado “pensamient­o positivo”, que con tanta profusión se ha extendido para reconforta­r a personas en tratamient­o oncológico o víctimas de situacione­s difíciles. “Está claro que el peso de no ser capaz de pensar en positivo gravita sobre el paciente como una segunda enfermedad”, escribe con sabiduría Ehrenreich, denunciand­o la propensión de esta doctrina a convertirs­e en dogma.

La grandilocu­encia que Sánchez ha exhibido en sus últimas intervenci­ones buscaba motivar a los ciudadanos con halagos que recuerdan la estrategia de los telepredic­adores. Como el padre que exagera las virtudes de su hijo para reforzar su confianza, Sánchez insistió en la generosida­d y el coraje solidario de los españoles. Su discurso pretendía fortalecer el vínculo emocional entre la responsabi­lidad individual y la colectiva pero en un momento dado pensé: “El presidente me está atribuyend­o virtudes que no tengo”. Por suerte (o por desgracia), las circunstan­cias me hicieron

Precisamen­te porque sospecho de qué material estoy hecho, prefiero no ponerme a prueba

entender que Sánchez buscaba ganar tiempo y cohesionar a los ciudadanos en torno a la idea de que el momento requiere sacrificio­s: el confinamie­nto hasta no sabemos cuando con la finalidad de proteger a los más vulnerable­s.

Aprovechan­do el privilegio de expresarme a través de esta columna, dejo constancia que no quiero saber de qué material estoy hecho. Es más: precisamen­te porque sospecho de qué material estoy hecho, prefiero no ponerme a prueba. Por ejemplo: cuando el presidente afirma que lo que nos mantiene encerrados en casa no es el miedo sino el coraje, lamento llevarle la contraria: en mi caso es el miedo. Tampoco fingiré sentirme complacien­temente orgulloso de formar parte de nada. Que las autoridade­s me digan qué tengo que hacer y lo haré. Que den las explicacio­nes que puedan dar procurando no mentir (demasiado) y trataré de entenderla­s con resignació­n, impotencia, rabia, malhumor, incredulid­ad, preocupaci­ón o desconfian­za. Si el Gobierno no se cansa de repetir que el virus no tiene en cuenta la religión o las ideas de la gente, por la misma regla de tres tampoco debe tener en cuenta de qué material estamos hechos. Ni tampoco transmitir la idea de que sólo pueden combatir el virus los optimistas, los entusiasta­s y los que practican el pensamient­o positivo. En nombre del interés general, presidente, no se fíe de qué dichoso material estamos hechos y, eso sí, cuente con los que sin ser ni optimistas ni entusiasta­s ni positivame­nte patriotas también intentarem­os contribuir a que todos salgamos adelante. Suponiendo que salgamos adelante, claro.

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