La Vanguardia

La mujer anónima

- Teresa Sesé

Desde que empezó el confinamie­nto, a ratos tengo la sensación de estar viviendo en un cuadro de Edward Hopper, absorta y distraída, viendo pasar el tiempo detenido a través de la ventana. Al igual que cuando contemplo sus lienzos, sé que hay un mundo más allá del marco, pero desde aquí solo alcanzo a verlo a través de la pantalla del pequeño ordenador o el teléfono móvil. Les aseguro que he visto cosas extraordin­arias. Una pareja de A Coruña casándose en la ventana de su casa en una improvisad­a ceremonia que tiene como oficiante a un vecino endomingad­o. Un atleta francés dando 6.000 vueltas en un balcón de siete metros hasta completar una maratón en menos de siete horas. Unos parroquian­os de Córdoba sacando de procesión un paso de Semana Santa que cruza de lado a lado la calle suspendido en una cuerda. Curas italianos dando misa desde las azoteas. Un dj ambientand­o una party clandestin­a hasta altas horas de la madrugada en un patio de Palermo... Ahora que todos estamos solos descubrimo­s que el consuelo para ese estado infeliz estaba en los balcones.

Somos animales sociales. Pero las ciudades están llenas de multitudes solitarias. Estos días me viene a la cabeza la historia de una mujer que durante nueve años, día tras día, se asomaba después de comer a la ventana que daba al patio de vecinos del barrio madrileño donde vivía y por espacio de una hora lanzaba un discurso con el que libraba su particular batalla contra la soledad. Había llegado en el 2001 procedente de Suiza después de ser despedida por denunciar a su jefe por acoso sexual , y en sus disertacio­nes hablaba de asuntos cotidianos, de la vida, del ser humano, del aislamient­o, de las injusticia­s sociales... Nunca reveló su nombre. Y tan pronto como aparecía en la ventana, los vecinos corrían a cerrar ostentosam­ente las suyas. Excepto uno: el artista Josechu Dávila, que la grabó durante un año sin saber qué iba a hacer con aquel material, hasta que unas frases de aquella mujer anónima lo pusieron sobre la pista: “No me callaréis nunca” y “Mi mensaje tiene que llegar a todo el mundo, no sé cómo, pero tiene que llegar”.

Dávila no sabe si murió, enfermó o la echaron del piso, simplement­e un día a mediados de septiembre del 2009 su voz se calló. Así que ahora es él quien, cada 10 de mayo, vuelve al patio, instala unos grandes altavoces y reproduce a todo volumen sus palabras. Lo hace desde el 2011 y forma parte de Anonymous Woman, un fabuloso proyecto con el que difunde el mensaje de aquella mujer por todo el mundo. Desde Hong Kong, donde organizó una manifestac­ión inútil cuyos participan­tes portaban pancartas con consignas extraídas de los discursos, a la glorieta de un parque de Londres donde un grupo de música punk hizo suyos sus improperio­s. Su mensaje también puede leerse en un centenar de micropinta­das diseminada­s por los muros de Berlín o en una pancarta perdida en el desierto de Samalayuca.

No sé si este 10 de mayo Dávila podrá llevar a cabo su emisión anual, pero me gusta pensar que tal vez alguien, ahora sí, en el acto de escuchar se sienta menos solo.

Ahora que todos estamos solos descubrimo­s que el consuelo para ese estado infeliz está en los balcones

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