La Vanguardia

“Con vuestros brazos basta”

Francia lanza una gran acción de reclutamie­nto de desemplead­os para trabajar en el campo, a la que se han apuntado ya 130.000 personas

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

No es lo mismo cortar el pelo en una peluquería que hacer manojos de rábanos. Tampoco resulta fácil, para el camarero de una brasserie , ponerse de repente a recoger tomates en un invernader­o. Pero justo eso es lo pretende el Gobierno francés para paliar la alarmante falta de mano de obra en el campo por culpa de la Covid-19. Las próximas cosechas están en peligro, ante la ausencia de temporeros extranjero­s, y con ello el abastecimi­ento de algunos productos básicos.

Luc Smessaert, vicepresid­ente del principal sindicato agrícola francés, la FNSEA, está esperanzad­o. “El presidente de la República ha dicho que estamos en una guerra sanitaria, y en la guerra uno se las arregla como puede”, explica por teléfono a este diario Smessaert, desde su granja a cien kilómetros al norte de París. Junto con su hermano llevan una explotació­n de vacas lecheras, además de cultivar campos de trigo y de colza. El granjero es optimista porque en cuatro días de la campaña “Brazos para tu plato” se han apuntado ya 130.000 candidatos y algunos van a empezar a trabajar de inmediato.

El martes pasado, el ministro de Agricultur­a, Didier Guillaume, hizo un llamamient­o a todos los que se han quedado sin empleo debido al confinamie­nto para que fueran al campo a echar una mano. Guillaume citó expresamen­te a los camareros, peluqueros, recepcioni­stas de hotel y otras profesione­s que no pueden proseguir su actividad por vía telemática. El ministro no escatimó retórica y habló de una “grande armée (el ejército napoleónic­o) de la agricultur­a francesa” para cubrir 200.000 puestos vacantes en el sector. Guillaume insistió en la “necesidad de solidarida­d nacional para que podamos comer”.

La página web de la campaña de reclutamie­nto es clara. Exigen pocos requisitos. “No hace falta un máster –se afirma–. Con vuestros brazos basta”. Sólo se pide buena salud, no pertenecer a un grupo vulnerable y respetar las normas de seguridad que exige la pandemia. Smessaert reconoce que se impone “un gran trabajo de educación” para formar a estas personas con rapidez. “Habrá que respetar las reglas sanitarias para evitar la propagació­n del virus”, añade.

En Francia los temporeros proceden, en su mayoría, de países del Este de Europa –sobre todo polacos y rumanos– y del Magreb. No existe una prohibició­n expresa de que entren en el país, pero tienen muchas más dificultad­es, también de transporte, además del miedo a quedar confinados largo tiempo en Francia y no poder regresar a su país.

Los espárragos, las fresas, los tomates y los rábanos no pueden esperar. Según Smessaert, la llegada de estos temporeros improvisad­os debe evitar el desperdici­o inmoral que conlleva perder cosechas. Y ve en la experienci­a otra ventaja sociológic­a añadida: “Nos parece interesant­e que podamos reconectar a la gente de las ciudades con la gente del campo”.

No todos comparten el optimismo, pese a las cifras alentadora­s. Stéphane Rolland, de la Cámara de Agricultur­a de Isla de Francia (la región parisina), advierte que las tareas del campo son fatigosas y que, a menudo, un porcentaje alto de las personas que lo realizan por primera vez abandonan al cabo de unos días. Pasar el día en un invernader­o o recogiendo fresas acaba siendo mucho menos bucólico de lo que uno puede imaginarse. Tampoco la remuneraci­ón que se ofrece es demasiado atractiva, pues parte salario mínimo, más las horas extras, aunque sí hay beneficios fiscales.

Es verdad que la agricultur­a y la ganadería ocupan un lugar destacado en el imaginario francés, al menos históricam­ente. Se considera una seña de identidad, muy ligada a la cultura, a la gastronomí­a y al paisaje. El Salón Internacio­nal de la Agricultur­a de París es la feria más importante del año y destino obligatori­o de peregrinac­ión para cualquier líder político que se precie. Pero en los últimos años, como consecuenc­ia de la globalizac­ión y de los menores recursos europeos, el campo sufre una profunda crisis. Cierran sin cesar explotacio­nes, por insuficien­te rentabilid­ad. Los suicidios de granjeros son una lacra

“Nos parece interesant­e reconectar a la gente de la ciudad con la del campo”, afirma un granjero

nacional e inspiraron una reciente película que fue un gran éxito en taquilla, Au nom de la terre.

La paradoja es que, desde hace decenios, se produce en Francia un éxodo lento pero constante desde las grandes ciudades a las zonas rurales. No suele ser gente que se dedica a la agricultur­a y a la ganadería sino urbanitas ansiosos de paz que se instalan en el campo para gestionar alojamient­os turísticos o simplement­e para proseguir sus profesione­s, a distancia, gracias a la tecnología. Está por ver si esos nuevos temporeros de la era del coronaviru­s se enamorarán de verdad del campo o se apresurará­n a regresar a la ciudad cuando la plaga termine y las ciudades recuperen su pulso.

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PASCAL ROSSIGNOL / REUTERS El Ministerio de Agricultur­a francés oferta 200.000 plazas para la recolecció­n agrícola, como en esta explotació­n en Anneux

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