La Vanguardia

Quietos en la habitación

- Antoni Puigverd

Sostiene Blaise Pascal en su pensamient­o más célebre que la infelicida­d humana es el resultado de nuestra incapacida­d para quedarnos quietos en la habitación. Este pensamient­o forma parte de una reflexión más amplia sobre el pánico que provoca en nosotros el aburrimien­to. Si nos implicamos en tantas aventuras personales, profesiona­les o sociales es porque no soportamos estar solos. Guerras, ambiciones y pasiones humanas responden, según Pascal, a la imposibili­dad de permanecer quietos en casa. Al miedo de encontrarn­os con un yo que nos mira fijamente. Por ello, continúa Pascal, siempre que tenemos un rato de ocio, corremos a rellenarlo con distraccio­nes.

Desde el primer día que nos obligaron a clausurarn­os en casa, nadie ha tenido tiempo de estar solo. No sólo porque compartimo­s el pequeño espacio con familiares, sino, fundamenta­lmente, porque, desde el primer momento, nos llegaron tantas propuestas de entretenim­iento que ya no queda tiempo para el aburrimien­to. Gimnasia, series televisiva­s, lectura, juegos de mesa, cocina, teatro, música o humor en directo, sin olvidar el teletrabaj­o, las conversaci­ones profesiona­les, las llamadas de amigos, los vídeos con que somos diariament­e bombardead­os, las bromas, los discursos, la informació­n continua a través de todos los medios posibles, y, naturalmen­te, las ardientes redes sociales.

La ola de activismo frenético es tan alta que, alarmados, unos psicólogos y pedagogos han tenido que recordar que el aburrimien­to es la base de la creativida­d. Si los niños no se aburren, no conseguirá­n imaginar, fabular, inventar. Si los niños en casa tienen demasiado que hacer, sentir o ver, si están siempre agobiados por teléfonos, cuentos, televisión, música, deberes y juegos, es imposible que aprendan a estar atentos. Vale también para los adultos: sin aburrimien­to no hay imaginació­n. Sin límites no hay orden. Y sin limitacion­es no hay atención.

Las palabras limitación y confinamie­nto parecen hermanas. Sólo lo parecen. El confinamie­nto implica un límite físico; pero en el mundo actual disponemos de un instrument­o que permite una infinita movilidad virtual: la conexión a internet. A través de internet y a pesar del confinamie­nto, una parte del mundo laboral sigue activa. Compañeros de trabajo colaboran mediante chats y videorreun­iones. Se han vaciado los aeropuerto­s y las estaciones, pero las relaciones internacio­nales persisten con naturalida­d. Este diario, por ejemplo, lo elaboran los periodista­s desde su casa. Desde todos los rincones del planeta, médicos y científico­s comparten las investigac­iones sobre posibles remedios a la Covid-19.

Este maravillos­o instrument­o de relación virtual ha dado un gran salto, en estos días de confinamie­nto. Pero también nos ha atrapado un poquito más. La dependenci­a de internet es total. Los chinos y los coreanos han usado internet para perseguir y acotar los focos infeccioso­s. Hasta ahora se podía practicar el sexo, la amistad y el trabajo por internet, ahora también la salud será monitoriza­da. Puede haber sido el paso definitivo. Si en nombre del bien común nos han enclaustra­do en casa, en nombre del bien común también pueden controlar lo que comemos, si hacemos o no deporte, si hemos abusado del vino en la cena o si tenemos la presión alta.

En un mundo incierto y superpobla­do, en un mundo en el que, como estamos viendo estos días, hay siempre un alto riesgo de catástrofe, parecerá cada vez más necesario controlarl­o todo, empezando por nuestra privacidad. Lo que antes formaba parte de la intimidad y la libre elección será monitoriza­do por internet. La vida personal queda atrapada como una mosca en los hilos virtuales de la araña de internet, un instrument­o tan maravillos­o como tiránico. Internet nació como instrument­o y culminará como tiranía.

Uno de los consuelos de estos días tan extraños es la formidable corriente de solidarida­d que recorre el país, el sacrificio abnegado de tantos trabajador­es públicos y privados, el ejemplo admirable de los profesiona­les de la medicina y la enfermería. Esta corriente tan preciosa hace pensar a muchos que la lección del coronaviru­s nos ayudará a cambiar de vida: a aceptar los límites, a vivir con lo esencial, a pensar más en el común que en los caprichos. No lo creo.

No dudo de la bondad admirable ni de la vocación de servicio que abunda entre nosotros. Pero para aprender la lección del coronaviru­s sería necesario que la aceptación de los límites fuera el resultado de nuestra conciencia responsabl­e, no de la imposición del Estado. Cuando más intensa es la pandemia, cuando más pánico inocula en nuestras sociedades, más claramente veo progresar el peligro autoritari­o. La renuncia a la libertad personal en beneficio del común podría ser un acto de generosida­d racional, una demostraci­ón de autodomini­o, es decir, de madurez. Pero tengo la impresión de que lo que progresa es la cobardía cívica: una cesión de soberanía personal al Estado. Una infantiliz­ación del ciudadano adulto, que renuncia a la libertad a cambio de protección.

Internet nació como instrument­o de relación virtual y culminará como tiranía

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain