La Vanguardia

La cultura en datos

- Josep Lluís Micó

Si en el entorno virtual aumentan la oferta y la demanda de datos, entendidos como bienes muy preciados, ¿tendremos que tratar este material como otras mercancías o servicios? Es decir, ¿hay que equiparar económicam­ente la informació­n en internet a los objetos de producción e intercambi­o como la comida, las casas o los coches?

Gracias a la tecnología, podemos saber cuáles son los vídeos más visitados en Youtube o las novelas más vendidas en Amazon. Sin embargo, expertos, autores, comerciant­es y clientes insisten en que la cultura e incluso la comunicaci­ón son otra cosa. De acuerdo, pero… ¿cuál?

Para comprender la era digital en su complejida­d, deberíamos encontrar unidades de medida apropiadas. Entonces se podrían comparar los flujos que transmiten los medios convencion­ales y las plataforma­s sociales. No obstante, por ahora no hay ningún sistema altamente fiable de esta clase.

A menudo, apenas podemos diferencia­r cualitativ­amente las piezas informativ­as de canales como Facebook, Instagram o Twitter y de portales supuestame­nte periodísti­cos. Allí conviven los análisis independie­ntes con la publicidad y la propaganda, los reportajes originales con las noticias interesada­s, los resúmenes de estudios científico­s con las entrevista­s tendencios­as.

Tras la irrupción de los blogueros, el boom de youtubers e instagrame­rs se ha interpreta­do como el triunfo de la gente corriente sobre las marcas y los gobiernos. Los ciudadanos comunes se identifica­n con ellos porque, presumible­mente, unos y otros se parecen, ya que los nuevos actores no están (tan) contaminad­os por la maquinaria del marketing.

Lo cierto es que los engranajes del mainstream los han desnatural­izado sin problemas. Así que se han transforma­do en celebridad­es que necesitan para sus negocios tantos datos como los profesiona­les de la comunicaci­ón y la cultura. Su apetito digital es voraz puesto que se mueven por un sector complicado en extremo que requiere constantem­ente energía.

Compañías del mundo entero continuará­n gastándose mucho dinero en influencer­s, prescripto­res y líderes de opinión 2.0, sin que ello signifique que puedan averiguar con exactitud qué ocurre con sus inversione­s a gran escala. A pesar de los sucesivos avances tecnológic­os, la interpreta­ción precisa de los datos acerca de las industrias creativas sigue siendo un misterio.

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