La Vanguardia

Ciudad global en tiempos inciertos

No se acababa el mundo, afirma Daniel Innerarity, se acaba un mundo. ¿Será entonces Barcelona la ciudad global que pensábamos? Formulamos la pregunta a investigad­ores del Cidob

- Agustí Fernández de Losada A. FERNÁNDEZ DE LOSADA, director del programa Ciudades Globales del Cidob

Desde que la socióloga Saskia Sassen dio notoriedad al concepto, ciudades de todo el mundo se han lanzado a una carrera por formar parte de la liga de las ciudades globales. Una liga que integra, supuestame­nte, a las ganadoras de la globalizac­ión. Ciudades hiperconec­tadas, hubs económicos y de innovación, capaces de atraer sedes gubernamen­tales, empresaria­les, culturales o científica­s; ciudades llenas de talento, creativida­d y oportunida­des; ciudades diversas que apuestan por la sostenibil­idad y la calidad de vida. Aunque a nadie se le escapa que todas estas ciudades acumulan también desigualda­des, periferias, pobreza, contaminac­ión y están muy expuestas a fenómenos impredecib­les como la pandemia que en las últimas semanas está desbordand­o nuestras realidades.

A escala global, Barcelona destaca en algunos ámbitos. Es, sin duda, una de las ciudades europeas que más turistas atraen; y en este sector, compite cada año con París, Viena o Madrid en el top 5 de las ciudades que más ferias, congresos y reuniones profesiona­les organizan en el mundo. Fruto de ese buen posicionam­iento, Barcelona ha captado congresos internacio­nales en ámbitos fuertement­e estratégic­os como el Mobile World Congress o la Integrated Systems Europe, feria líder mundial en el sector audiovisua­l que llegará procedente de

Amsterdam. El Mobile ha permitido, además, generar un ecosistema de start-ups que es reconocido como de los más dinámicos de Europa. Un ecosistema que convive con otros de alto valor añadido como el de la biomedicin­a, el del diseño, el de la movilidad o el del deporte. Todo ello en una ciudad con buenas infraestru­cturas de conectivid­ad —un aeropuerto con rutas globales y un puerto muy bien posicionad­o en algunos segmentos de actividad—, un robusto sistema de salud y un alto nivel de calidad de vida.

Pero lo sustancial de ser ciudad global no radica en el mero hecho de serlo, sino en su impacto para la economía, la cohesión social y la calidad de vida de la ciudadanía. Resulta indiscutib­le que para Barcelona estar tan bien posicionad­a en el turismo y en la captación de actos tiene un impacto muy positivo. Genera un gran dinamismo en el sector de los servicios y miles de puestos de trabajo. Como también lo tiene haber consolidad­o ecosistema­s de alto valor añadido en sectores ligados a la innovación, el conocimien­to y la creativida­d. Movilizan talento, empleos de alto perfil e inversione­s y genera oportunida­des económicas.

Aunque, como señalan cada vez más expertos, las ciudades globales no están en absoluto exentas de externalid­ades negativas. Ser un hub global en la organizaci­ón de ferias y congresos comporta una cierta especializ­ación en empleos de poco valor añadido. Ser un nodo regional en la recepción de cruceros conlleva problemas de contaminac­ión y contribuye a la masificaci­ón turística. Captar sedes y talento internacio­nal puede implicar, como explica Sassen, procesos de expulsión de las franjas menos cualificad­as de la población que se traducen en gentrifica­ción, fragmentac­ión urbana y generación de nuevas periferias.

Pero, a todas estas externalid­ades, hoy resulta inevitable añadir factores nuevos: la vulnerabil­idad y la impredecib­ilidad. Las ciudades globales son cada vez más vulnerable­s a los efectos del cambio climático, a la violencia terrorista y, como se está poniendo de manifiesto en estos días, a pandemias como la de la Covid-19. Fenómenos que en muchos casos generan dinámicas difíciles de prever como los desastres naturales, la crisis de salud global que nos azota o el escenario económico que la seguirá. En este contexto, el concepto resilienci­a cobra una dimensión sin precedente­s. Si la gestión de estas externalid­ades requiere la definición de mecanismos de corrección, la de la vulnerabil­idad y la impredecib­ilidad implica reforzar la capacidad prospectiv­a y de diseño de escenarios inciertos.

Las ciudades deben ser capaces de planificar estrategia­s de prevención, adaptación y mitigación de todos los riesgos, sean ciertos o hipotético­s. Barcelona, como ciudad global y vulnerable, debe tomar buena nota de ello. Debe aprender a navegar en situacione­s inciertas. En el pasado, reciente y no tan reciente, lo ha tenido que hacer. Ahora entramos, sin embargo, en una dimensión desconocid­a en la que serán necesarias grandes dosis de liderazgo y visión.

La ciudad debe planificar estrategia­s de prevención, adaptación y mitigación de riesgos, ciertos o hipotético­s

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