Ciudad global en tiempos inciertos
No se acababa el mundo, afirma Daniel Innerarity, se acaba un mundo. ¿Será entonces Barcelona la ciudad global que pensábamos? Formulamos la pregunta a investigadores del Cidob
Desde que la socióloga Saskia Sassen dio notoriedad al concepto, ciudades de todo el mundo se han lanzado a una carrera por formar parte de la liga de las ciudades globales. Una liga que integra, supuestamente, a las ganadoras de la globalización. Ciudades hiperconectadas, hubs económicos y de innovación, capaces de atraer sedes gubernamentales, empresariales, culturales o científicas; ciudades llenas de talento, creatividad y oportunidades; ciudades diversas que apuestan por la sostenibilidad y la calidad de vida. Aunque a nadie se le escapa que todas estas ciudades acumulan también desigualdades, periferias, pobreza, contaminación y están muy expuestas a fenómenos impredecibles como la pandemia que en las últimas semanas está desbordando nuestras realidades.
A escala global, Barcelona destaca en algunos ámbitos. Es, sin duda, una de las ciudades europeas que más turistas atraen; y en este sector, compite cada año con París, Viena o Madrid en el top 5 de las ciudades que más ferias, congresos y reuniones profesionales organizan en el mundo. Fruto de ese buen posicionamiento, Barcelona ha captado congresos internacionales en ámbitos fuertemente estratégicos como el Mobile World Congress o la Integrated Systems Europe, feria líder mundial en el sector audiovisual que llegará procedente de
Amsterdam. El Mobile ha permitido, además, generar un ecosistema de start-ups que es reconocido como de los más dinámicos de Europa. Un ecosistema que convive con otros de alto valor añadido como el de la biomedicina, el del diseño, el de la movilidad o el del deporte. Todo ello en una ciudad con buenas infraestructuras de conectividad —un aeropuerto con rutas globales y un puerto muy bien posicionado en algunos segmentos de actividad—, un robusto sistema de salud y un alto nivel de calidad de vida.
Pero lo sustancial de ser ciudad global no radica en el mero hecho de serlo, sino en su impacto para la economía, la cohesión social y la calidad de vida de la ciudadanía. Resulta indiscutible que para Barcelona estar tan bien posicionada en el turismo y en la captación de actos tiene un impacto muy positivo. Genera un gran dinamismo en el sector de los servicios y miles de puestos de trabajo. Como también lo tiene haber consolidado ecosistemas de alto valor añadido en sectores ligados a la innovación, el conocimiento y la creatividad. Movilizan talento, empleos de alto perfil e inversiones y genera oportunidades económicas.
Aunque, como señalan cada vez más expertos, las ciudades globales no están en absoluto exentas de externalidades negativas. Ser un hub global en la organización de ferias y congresos comporta una cierta especialización en empleos de poco valor añadido. Ser un nodo regional en la recepción de cruceros conlleva problemas de contaminación y contribuye a la masificación turística. Captar sedes y talento internacional puede implicar, como explica Sassen, procesos de expulsión de las franjas menos cualificadas de la población que se traducen en gentrificación, fragmentación urbana y generación de nuevas periferias.
Pero, a todas estas externalidades, hoy resulta inevitable añadir factores nuevos: la vulnerabilidad y la impredecibilidad. Las ciudades globales son cada vez más vulnerables a los efectos del cambio climático, a la violencia terrorista y, como se está poniendo de manifiesto en estos días, a pandemias como la de la Covid-19. Fenómenos que en muchos casos generan dinámicas difíciles de prever como los desastres naturales, la crisis de salud global que nos azota o el escenario económico que la seguirá. En este contexto, el concepto resiliencia cobra una dimensión sin precedentes. Si la gestión de estas externalidades requiere la definición de mecanismos de corrección, la de la vulnerabilidad y la impredecibilidad implica reforzar la capacidad prospectiva y de diseño de escenarios inciertos.
Las ciudades deben ser capaces de planificar estrategias de prevención, adaptación y mitigación de todos los riesgos, sean ciertos o hipotéticos. Barcelona, como ciudad global y vulnerable, debe tomar buena nota de ello. Debe aprender a navegar en situaciones inciertas. En el pasado, reciente y no tan reciente, lo ha tenido que hacer. Ahora entramos, sin embargo, en una dimensión desconocida en la que serán necesarias grandes dosis de liderazgo y visión.
La ciudad debe planificar estrategias de prevención, adaptación y mitigación de riesgos, ciertos o hipotéticos