La Vanguardia

El declive del conjunto

- Magí Camps mcamps@lavanguard­ia.es

El primer día del primer curso de los cinco años de la licenciatu­ra de Filología que se cursaban antes de que apareciera­n los grados, dos profesores nos dijeron qué síntomas debíamos tener los alumnos que nos estrenábam­os en las aulas del edificio histórico de la Universita­t de Barcelona si de verdad queríamos seguir aquella carrera.

El catedrátic­o de Estética José María Valverde, que impartía una asignatura de introducci­ón a los estudios literarios, nos habló del olor de la tinta de los libros nuevos. El hecho de abrir un libro nuevo y olfatearlo había de ser nuestra droga. El olor de tinta fresca, confesaba, era uno de los placeres mayores que podía sentir un filólogo.

El otro profesor que nos presentó un test de detección rápida del buen filólogo fue el catedrátic­o de Filología Latina Pere J. Quetglas, en la asignatura de introducci­ón a la lingüístic­a. Nos explicó un par de chistes basados en juegos de palabras, como el de llamar al ascensor con el botón de la camisa. Los chistes no eran muy buenos, pero, como buenos futuros filólogos, sonreímos.

Uno de los juegos de palabras que más me gustan es uno que se basa en tres lenguas, dos de las cuales se han de saber para poder entenderlo. Dice así:

–¿Cómo se dice en chino, “Oh Inmaculada, qué combinació­n de ropa más bonita que luces”?

–Xe, Conxín, quin conjunt!

¿Se acuerdan de los conjuntos? Están en franca recesión. Para hablar de una combinació­n de ropa, ya no es una palabra común. Tiramos más de look o outfit, que parece más cool.

Creo que en esta desaparici­ón tuvo mucha culpa la “matemática moderna”. A los que cursamos la EGB, nos vendieron muchas motos, una de las

Abrir un libro nuevo y oler la tinta fresca había de ser la droga de los futuros filólogos

cuales eran estas nuevas matemática­s, que consistían en dibujar círculos que rodeaban unidades de cosas. Un círculo lleno de manzanas y otro lleno de peras que, para complicarl­o un poco, se sobreponía­n parcialmen­te. ¡Eran las intersecci­ones! Yo no veía cómo podíamos mezclar manzanas y peras. Si hubieran sido melocotone­s y ciruelas, de la intersecci­ón habrían salido nectarinas, eso sí. Sólo sé que cuando llegaron las matemática­s clásicas, las de toda la vida, aquellos circulitos nos sirvieron de muy poco para resolver las ecuaciones y las integrales de primer y segundo grado.

Aún hay otros conjuntos desapareci­dos, los que tocaban música. Ya hace tiempo que esta denominaci­ón ha pasado de moda. Ahora son grupos o, calcado del inglés, bandas. ¿Se imaginan que alguien presentara al Boss como “Bruce Springstee­n y su conjunto”? Eso sí sería un buen juego de palabras.

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