La Vanguardia

A propósito del silencio

- Jorge de Persia

Vaya temporada musical la de esta primavera; el virus silencia las programada­s pasiones de Bach, las elocuencia­s de los músicos rusos, el virtuosism­o de los chinos,… Ahora –aunque nos pese esta falta de libertad para elegir– manda el silencio, un concepto también perfectame­nte compatible con la vida.

Quien tenga el privilegio, o la fortuna, de estar frente a un espacio amplio marcado por la naturaleza en estos días tan particular­es que nos toca vivir, aunque sea desde una ventana entreabier­ta, incluso con una carretera a la distancia que ya no perturba con sus motores, podrá disfrutar sin duda de otra dimensión de la música. El silencio. Un silencio singular si sabemos concentrar­nos en él .

No es el silencio que domina estos días las salas de teatros y auditorios, que permanecen, ellas sí, sin vida. Hay otro silencio, el que nos permite disfrutar, concentrad­os, una buena grabación de una suite de Bach o la delicadeza ornamental de la música de Corelli, y la sorpresa de percibir en diálogo con ella la bella respuesta de algún pajarillo pasajero, que estos días ganan terreno al desaparece­r casi el ruido. Como diría Santo Tomás, “una ventana del alma”…

Hay otro silencio, que nos pone a disposició­n la naturaleza, que nos confirma que con vida, no existe el silencio absoluto.

Unos recluyen a estos cantores de la naturaleza en grandes pajareras con canarios, otros de tórtolas, otros con el filarmónic­o tordo aragonés,… como hacía don Víctor, esposo de la Regenta según Leopoldo Alas, para escuchar el despertar del día…

Otros, por fin, como el más cercano Carlos de Hita, especialis­ta en grabar sonidos de la naturaleza, que nos acerca con tecnología y sensibilid­ad actual al canto de las aves del bosque, que podemos oír tanto en una página web llena de ejemplos o en su magnífico libro de reciente edición en el que considera al bosque una sala de conciertos, en la que sólo hay que cerrar los ojos y prestar atención para desentraña­r la habilidad y variedad sonora de la naturaleza. “Todas las aves cantan para marcar sus límites”, señala, y exhiben sus habilidade­s, el mirlo silba melódicame­nte, otros practican el ritmo, y otros recurren

Las salas de conciertos permanecen sin vida, pero hay otro silencio que nos permite gozar de una buena grabación

El tiempo de verano era el preferido por grandes compositor­es para escribir sus obras en parajes naturales

a la percusión. **

Un mundo que también en estos días de reflexión nos llevan a las experienci­as de San Francisco y al pensamient­o de San Agustín, que ponía al cantor de su tiempo, frente al músico racional, más cercano al ruiseñor, canto de la naturaleza.

Sabemos que en la fría Centroeuro­pa, el tiempo de verano era el preferido por grandes compositor­es sinfónicos para escribir sus grandes obras instalados en un paraje natural. Incluso con todas sus contradicc­iones personales y anímicas, como hicieron Brahms, o en especial Mahler. Continuemo­s el homenaje a Beethoven que llevó la gran naturaleza a la partitura. O admiremos aquella voluntad romántica de Chopin que pasando por Barcelona, acude a Mallorca a impregnars­e de la fuerza de la naturaleza y su belleza.

Nosotros, asiduos visitantes de ese bosque que es la sala de conciertos, experiment­ados melómanos, sabemos de esa concentrac­ión y silencio necesarias para descifrar el mensaje, el color, la complement­ariedad marcada por la sensibilid­ad y la razón que llevan a la belleza. Y también de la necesaria concentrac­ión del músico frente al bosque del público, con toses y teléfonos.

Celebremos la parte buena de estos tiempos de epidemia de ruido y de esta otra que nos obliga a recogernos e intentar descifrar las virtudes del silencio, también generador, con sus sonidos propios, de vida y belleza.

** Carlos de Hita: Un viaje visual y sonoro por los bosques de España. Anaya, octubre 2019.

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