Música de tiempos agitados
Acaba de morir el compositor polaco Krzysztof Eugeniusz Penderecki, nacido en 1933 en Debica. Fue uno de los autores más representativos de la segunda mitad del siglo XX, contemporáneo con su colega –20 años más joven– Witold Lutoslavski. Pero además una personalidad de sumo interés ya que, junto a su obra, abre las puertas a la intrahistoria de esa época, plena de cambios sorprendentes que culminaron con la caída del muro de Berlín y, de alguna manera, con la Unión Soviética.
Su niñez y juventud en aquella región multicultural fue rodeada de distintas lenguas y confesiones religiosas y hasta prohibiciones de los cultos. Aunque la muerte de Stalin en 1953 abrió algunas ventanas. Su entono familiar inmediato se puede definir como armenio por parte de abuela, evangélico alemán su abuelo, polaco su padre y violinista –que le llevó a estudiar a fondo el instrumento- en un ambiente en que en momentos festivos surgía la vitalidad de la música klezmer que siempre supo recordar.
Con poco más de 20 años comenzó a estudiar composición en la Academia de Música de Cracovia y obtuvo los tres primeros premios en el Concurso de jóvenes compositores de 1959. Pronto comenzaron sus éxitos y su relación con festivales como Donaueschingen donde sorprendió de manera algo provocativa con una obra para gran orquesta con notoria presencia –pionera– de la percusión, como fue Fluorescencias de 1962. Pero su grito elocuente que alertó al mundo musical fue el Treno para las víctimas de Hiroshima, obra escrita en 1960 para 52 cuerdas frotadas, de gran intensidad expresiva, y con técnicas de ejecución fuera de lo habitual estrenada en 1961.
En los años 60 europeos algunos compositores de la joven generación de posguerra asumieron con su música un papel testimonial y de denuncia, algunos enfrentados al avance del capitalismo como fue
Unió sus objetivos –a través de la música– a los de Lech Walesa y a Karol Wojtyla, luego Juan Pablo II