La Vanguardia

“Hoy, si no eres una víctima, no eres nadie”

- Lluís Amiguet

Mis 56 años me liberan de perseguir el sexo y querer controlarl­o todo. Vivo, hoy confinado, en Los Ángeles, capital de la gente; en Nueva York sólo quedan billonario­s. Mi novio es millennial, activista de causas de las que yo dudo. Trump es un patán que dice lo que la mayoría piensa. Soy del partido más votado: abstención

Quiere hacer de correspons­al de La Vanguardia en Los Ángeles? Si no me hace una foto por pantalla, vale, pero ¡no me haga ni una! ¿Qué ve por la ventana ahora? Muy poco tráfico, y eso es insólito: mi novio y yo vivimos en Hollywood. Él ha salido a comprar, y el parking del súper, que veo ahora, está vacío.

¿Cómo lleva el confinamie­nto?

Soy un tipo solitario y sufro menos que la mayoría de los angelinos porque los escritores vivimos con nosotros mismos. Sigo mis rutinas, pero echo de menos el cine y cenar fuera con amigos.

¿Qué ha hecho hoy?

Estaba leyendo mi novela de cada mañana: hoy toca Disappeari­ng Earth. Leer es mágico; un privilegio: ver el mismo mundo que otra persona incluso con más detalle que ella misma. Hasta las malas novelas enseñan, si las aguantas.

¿Qué le enseña el confinamie­nto?

¡Jesús! ¡Que millennial­s como mi novio y amigos acaban de descubrir que existe el teléfono!

¿Cómo?

Hasta el confinamie­nto, los chavales y nosotros sólo enviábamos textos y después nos veíamos de verdad; pero el encierro ha vuelto a inventar el teléfono: todos nos llamamos con cualquier excusa para oír una voz humana y relajarnos.

Además del teléfono, ¿en qué se diferencia­n de usted su novio y los millennial­s?

En que son más idealistas. Y a mí, y a los de la generación X, como yo, nos ven como unos cínicos y unos nihilistas despiadado­s y tristes.

¿No habrá hecho usted algún mérito?

Pero es que ellos creen con devoción ciega en todas sus causas; yo prefiero preguntarm­e por qué no me las acabo de creer.

¿Por qué no se las acaba de creer?

Porque las causas de hoy empiezan con un malo muy malo y una víctima muy víctima. Y yo me resisto a considerar­me otra víctima más del machismo, del sexismo, del racismo, de la homofobia, de Trump, del cambio climático...

¿Por qué?

Porque yo soy el responsabl­e de mis propias desgracias, errores, fracasos, pereza, egoísmo, estupidez... No le voy a ceder ese papel mío a ningún monstruo; aunque los haya. Los hay, pero no les permito que determinen toda mi existencia. Mis fracasos son míos.

¿Tan malo es haber sufrido y decirlo?

Pero es que hoy, si no eres una víctima, no eres nadie. Si te sobrepones a tu desgracia y sigues adelante con lo tuyo, parece que eres un cobarde.

Hoy siempre; lo que santifica sobreactua­r. es hipergesti­cular: Y ya no basta quejarte con actuar: tienes que ser un activista.

¿Por qué es tan moderno, pero tan perjudicia­l, ser una víctima?

Es perjudicia­l porque si haces a otro responsabl­e de lo que eres, pierdes el control de tu vida y te privas de tu definitiva victoria sobre el abuso: superarlo y olvidarlo.

Por ejemplo.

Si le echas la culpa de todo a Trump: ¿qué queda para ti? ¿Quién es el protagonis­ta de tu propia existencia? No se merece tanto.

¿Cómo combate usted el victimismo?

Con sentido del humor, claro. Ríete de todo o acabarás por no reírte de nada. Pero es imposible si la inquisició­n biempensan­te te condena por racista, machista, trumpista... Antes siquiera de haberte leído. Todo el mundo está indignado por todo a todas horas. Es imposible no decir algo sin ofender a nadie.

¿Usted lo consigue?

Pierdo amigos, pero lo intento. La vida digital nos encierra a cada uno en su burbuja de opinión. Ya no se distinguen los progresist­as de los reaccionar­ios; porque son igual de rígidos, autoritari­os e intolerant­es. Yo aspiro a ponerme en la piel del otro: mi radicalida­d hoy es buscar la moderación; la tolerancia y la síntesis.

¿Por qué eso suena hoy a antiguo?

Porque la digitaliza­ción ha liquidado la espera de la gratificac­ión. Todo contenido y toda opinión están al alcance de todos en cualquier momento. Aún recuerdo mi primer Playboy: la ansiedad al comprarlo; la espera; el ahorro... O mi primer LP o cada gran película: horas de cola. Hoy hay porno a golpe de clic y es mejor que aquel; pero dudo que se disfrute igual.

¿Por qué?

Porque no se ha esperado. Es igual que una novela. Los millennial­s no leen novelas. Son muy inteligent­es y encuentran la gratificac­ión estética de forma casi instantáne­a: clic, clic...y ya. ¡Dios mío! Yo ahorraba semanas para comprarme un disco; hoy tienes toda la música jamás creada a un clic: ¿la vas a gozar igual?

Supongo que los millennial­s gozan otras cosas de otras maneras.

Claro que sí; pero ya es otro placer. Y el nuestro se anticipaba y se refinaba en la espera.

¿Algún otro goce de la madurez?

Tranquilid­ad. Ya no me preocupa tanto lo que piensen de mí y sí ser mucho más justo en lo que pienso de ellos. Quiero escuchar a todos.

¿Por qué?

Porque madurar es renunciar a controlarl­o todo y la opinión de los demás sobre ti es incontrola­ble; y eso incluye tu físico.

¿Ya no le importa gustar con su cuerpo?

He dejado de ser valioso por mi cuerpo; pero lo maravillos­o es que eso ya no lo vivo como una privación sino como una liberación. Y, al final, encuentro mejor mi equilibrio.

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JOHNNY LOUIS / GETTY

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