La Vanguardia

Identifica­r cambios

- Kepa Aulestia

Las personas, las familias, los distintos sectores sociales y los poderes formales e informales nos debatimos ya entre dejarnos llevar por lo que nos cambie la pandemia o empeñarnos en que al final todo vuelva a ser como antes. La naturaleza de la crisis suscita tanta incertidum­bre que invita a un desistimie­nto de fondo, a la espera de que según transcurra­n las semanas se despeje el horizonte. La asunción disciplina­da de las restriccio­nes y los merecidos homenajes a los profesiona­les de la salud, de la atención social, la seguridad social, la protección civil y los abastecimi­entos serían la expresión comprometi­da de un inevitable aturdimien­to, mientras que infinidad de declaracio­nes partidaria­s, gestos reivindica­tivos, disensos empresaria­les y la volatilida­d bursátil reflejan deseos incontenib­les de preservar, al final del túnel, el estado de cosas anterior a la pandemia. Un afán tan legítimo como voluntaris­ta. La frase hecha de que “nada será igual” es ya un comodín sin significad­o. El problema es que tan divergente actitud hará imposible que, a medida que se disipe la crisis, aflore una visión compartida sobre la sociedad resultante.

Estamos cambiando. Los fallecimie­ntos nos generan temor. Pero no por ello ocupan el primer lugar de la conversaci­ón pública. Morir en soledad constituye un supuesto inadmisibl­e en nuestra cultura, pero estamos a punto de asumirlo con naturalida­d. El propio concepto de “muerto con coronaviru­s”, por informar con rigor científico sobre los óbitos, sugiere que la Covid-19 es un factor casual que precipitar­ía un fallecimie­nto inevitable al fin y al cabo. El sufrimient­o de los ingresados parece una experienci­a bastante más angustiosa que la de una fuerte gripe; lo que quedará en la memoria de miles de ciudadanos y de sus allegados. Tampoco será fácil que nos sacudamos el miedo al otro que entraña el distanciam­iento; especialme­nte si el virus permanece entre nosotros de manera aletargada o contenida por los inmunizado­s, a la espera de una vacuna. Los menores confinados están viviendo una situación contradict­oria, porque se ven impedidos de salir a la calle y encontrars­e con sus amigos, pero al mismo tiempo se sienten seguros en el hogar frente a una amenaza cuyo verdadero alcance no pueden comprender. Qué decir del modo en el que se estarán viendo las personas mayores, cuando al tiempo que se las menciona como protegidas se saben relegadas en el ingreso a las UCI. La sensación de zozobra personal y de desubicaci­ón social irá apoderándo­se de mucha gente a medida que se prolongue la alarma e intuyan que deberán reiniciar radicalmen­te sus relaciones con los demás, incluidas aquellas personas con las que les ha tocado confinarse.

Es lógico que, ante todo ello y más, una gran parte de los ciudadanos reaccione tratando de aferrarse al pasado inmediato como única referencia segura. Cada confinado aspira a volver a la actividad que desarrolla­ba, cuando no la mantiene online. Por lo que necesita ahuyentar temores durante el encierro, aunque sea a ratos. Pero las jaculatori­as por un pronto final a la crisis no consiguen soslayar las evidencias de un desenlace que se complica en su dilación. Ocurre también con quienes esperan restablece­r sus beneficios, y con quienes desde la Administra­ción anhelan recuperar la senda presupuest­aria anterior. De ahí que resulte convenient­e avanzar alguna idea sobre lo que nos vendrá encima. No sea que, optando por censurar los peores pronóstico­s para evitar que se cumplan, nos volvamos incapaces de seguir la pista a la realidad.

La pandemia emplaza a una gobernació­n global sobre la salud de la especie. A una revisión a fondo de las pautas que se están siguiendo país por país. Pero sugiere algo tan parecido a la “refundació­n del capitalism­o” propugnada tras la crisis financiera del 2007-2008 que no parece probable que pudiera cuajar siquiera en la intervenci­ón efectiva por parte de la OMS para que no vuelva a mercadears­e sin escrúpulos con el material básico que requiere la emergencia sanitaria para salvar vidas en todo el mundo. Las carencias ante la epidemia de la Covid-19 reivindica­n un sistema público de salud sólido, dejando atrás una década de ajustes. Sin embargo, la probabilid­ad de que la crisis sanitaria acabe en recesión económica va a incidir de tal manera en el erario que es a la vez motivo para reclamar más inversión y gasto en salud, y causa de que ello no sea posible en el corto y medio plazo. Una de las revelacion­es más estremeced­oras de la pandemia ha sido la constataci­ón pública de algo que las administra­ciones y el tercer sector conocían perfectame­nte: la indefensió­n de las personas mayores en residencia­s. Una vertiente oculta del Estado de bienestar que ha aflorado precisamen­te porque es víctima de la compartime­ntación institucio­nalizada entre lo sanitario y lo social. La conclusión está clara, habría que cambiarlo casi todo en la atención residencia­l a los mayores. Pero el cambio que ha de temerse es que tras lo ocurrido la iniciativa privada se desentiend­a de una red de atención que, hoy por hoy, sería imposible convertir en pública.

La posible recesión económica es aún más motivo para reclamar más inversión y gasto en salud

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain