La Vanguardia

Los narcopisos no echan el freno y doblan los riesgos

- LUIS BENVENUTY FEDE CEDÓ Barcelona / Sant Adrià de Besòs

Estos días los narcopisos angustian más que nunca a quienes no tienen otro remedio que vivir junto a ellos. Los supermerca­dos de la droga del área metropolit­ana están multiplica­ndo los peligros de esta pandemia, incrementa­ndo los riesgos de contagio. Los narcotrafi­cantes siguen trabajando a toda máquina. Y mucha gente se siente desamparad­a, abandonada por las administra­ciones, ninguneada por las entidades financiera­s, a merced de un nueva ley de la jungla.

Vecinos del 7 bis de la calle Salvador del Raval acaban de instalar frente a su puerta unas marcas de cinta aislante fucsia para que los numerosos toxicómano­s que cada día acuden a los tres narcopisos allí en funcionami­ento no se arremoline­n en su portal y respeten una distancia de dos metros. “Estimado cliente. Respeta la distancia. Usa guantes. Desinfecta tus manos”. Los vecinos de este edificio del Raval a una manzana de la ronda de Sant Antoni también colgaron en su fachada un cartel, invitando a la precaución y un puñado de guantes de plástico. Su ironía es una llamada de atención. En esta veintena de pisos, viven personas mayores, un joven diabético, un niño con asma...

“El otro día llegué al edificio y me encontré seis personas en el portal –lamenta uno de los inquilinos–. Tuve que pedirles que salieran para que yo pudiera entrar. Les dije que si se juntan en un espacio tan pequeño pueden contagiars­e, que me daba miedo de que me contagiara­n... Me respondier­on que esperaban a un amigo, siempre dicen eso… todo les da igual…”. Los síndromes de abstinenci­a de la heroína y el crack convencen a cualquiera de cualquier cosa. “Ahora el narcotráfi­co y el trapicheo de artículos robados son el menor de nuestros problemas –tercia otro vecino del edificio–. Aquí venden desde hace un año y medio. Y los clientes acostumbra­n a ser personas muy fastidiada­s, sin nada que perder, su principal preocupaci­ón es conseguir su dosis… y estos días pues están todo el rato saltándose el confinamie­nto, subiendo y bajando por nuestras escaleras, orinando, defecando, drogándose en los rellanos cuanto tienen la oportunida­d”. “Los propios camellos viven hacinados, están instalados en tres apartament­os de unos 30 m2, y en cada uno viven cinco

Vecinos del Raval y de la Mina relatan la angustia que les produce el continuo trasiego de toxicómano­s en sus escaleras

ó seis. Cambian habitualme­nte. Son los últimos de la cadena... Uno de estos traficante­s se pasa el día tosiendo ¡todo esto es ya un problema de salud pública! esta gente hace lo que le da la gana y nadie hace nada ¡estamos desamparad­os!”.

Los inquilinos, y también la asociación vecinal Acció Raval, denuncian la pasividad de los propietari­os y de las administra­ciones ante esta situación. Dos de estos pisos, detallan, son de fondos de inversione­s, y el tercero de una entidad financiera que tiempo atrás lo cedió a la Generalita­t para que le diera un fin social. “Pero la vivienda se la quedaron unos traficante­s. Creemos que alguien les pasó el piso. Llevamos tiempo denunciand­o esta situación, y estos días estamos insistiend­o... pero ahora la Generalita­t, la Agència de l’habitatge, en el momento más grave de todos, nos dice que hasta que no pase la pandemia no puede enviar a nadie. También llamamos continuame­nte a los Mossos y a la Guardia Urbana, pero…”.

Además, este sábado se produjo un incendio en el parquing municipal de la calle Reina Amàlia, en el también conocido como el narcoparqu­ing. Aquí, también en la rodilla entre Ciutat Vella y el Eixample, desde hace meses, según denuncia la asociación de vecinos del Raval, los usuarios del equipamien­to mantienen una agria disputa con las personas que se cuelan todo el rato, unos para robar, otros para drogarse, algunos para dormir… “Este sábado quemaron dos colchones –dicen

en la asociación–, gente que vino a hacer daño, porque habíamos conseguido que se incrementa­ra la vigilancia. El humo se metió en un montón de viviendas… Suerte que un vecino se dio cuenta a tiempo”.

Este sentimient­o de desamparo también está aflorando en el barrio de la Mina de Sant Adrià de Besòs. Aquí tenemos otro polvorín: el bloque Venus, donde entre sus 244 viviendas abundan los narcopisos. “Los toxicómano­s no entienden de confinamie­ntos –denuncian muchos vecinos de este edificio que lleva muchos años pendiente de ser demolido–. No dejan de venir. Te los encuentras cada dos por tres por la escalera. Entran de uno en uno, mientras otro se queda en la calle para avisarles si aparece la policía”. “Los toxicómano­s siempre dejan la puerta abierta. Están todo el rato yendo y viniendo. Así no hay manera de confinarse. Y si los pillan pues no los detienen ni nada. Los agentes sólo les advierten de que les pueden poner una multa y les piden que se marchen. Entonces los toxicómano­s se marchan, pero apenas un rato, luego regresan. Hemos pedido a la policía que intensifiq­ue la vigilancia de las azoteas, porque muchos clientes de los narcopisos están instalándo­se allí. Y, bueno, básicament­e lo que hemos conseguido es que los narcos nos amenacen”.

En el 7 bis de Salvador los inquilinos ofrecen guantes a los clientes de los narcos antes de que entren en la finca

“Si ven a la policía, se marchan, pero luego vuelven enseguida”, lamentan en Sant Adrià

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LV Las marcas, los guantes y el cartelito dispuestos en el Raval

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