La Vanguardia

“Esa vida sin arrugas, sin fealdad, sin problemas, no es la vida”

- Ima Sanchís

Tengo 26 años. Nací en Palermo, Sicilia, y vivo en Murcia con mi novia, Cecilia. Reivindico la igualdad, que los amputados como yo tengamos acceso a prótesis que nos permitan recuperar la autonomía, poder ser personas que suman y no que restan. La naturaleza es mi Dios más inmediato, y creo en algo superior

Hace dos años me amputaron los brazos y las piernas, pero lo que yo considerab­a importante en la vida no ha cambiado, sigo siendo el mismo. Una meningitis bacteriana. Sí, estaba sano, los síntomas llegaron de un día a otro y con rapidez la bacteria colonizó la sangre.

¿Era feliz?

Mucho. No me faltaba nada, tenía una nueva vida, tenía a Cecilia y una rutina apretada pero ilusionant­e: estudiaba, trabajaba de camarero y hacía mucho deporte porque soy diabético y eso me ayuda a mantener el nivel de azúcar. Venía de Sicilia, donde mi vida era mucho peor.

¿Por qué peor?

Mi padre, ingeniero agrícola, perdió el trabajo cuando mi hermana tenía 5 años y yo 6. Se hundió y decidió mentir, decirle a todo el mundo que seguía con su trabajo. Tiramos con unas propiedade­s que heredó. Con eso comíamos, pero a veces ni comíamos, mis padres preferían gastarse el dinero en aparentar.

¿Cómo se sentía?

Crecí mintiendo a todo el mundo y me sentía fatal. En la adolescenc­ia le gritaba a mi padre que buscara trabajo, teníamos constantes broncas. En Sicilia la gente habla mucho de los demás, es una mentalidad muy retrógrada, lo material es lo más importante. Si no tienes, no eres.

¿Tenía esta aspiración?

Sí, pero tenía el desahogo del baloncesto, iba para profesiona­l, empecé a viajar, a competir, pero me lesioné y mi carrera se truncó. Entonces me abandoné y me dediqué a salir de fiesta cada noche. No veía salida, pero apareció Cecilia.

Se enamoró.

Cecilia estaba de Erasmus en Palermo, en seguida vi que era una persona diferente, con valores, abierta. Un año después, a los 22, me instalé con ella en Murcia. Me rodeé de otra gente, me reafirmé en mis principios: la honestidad es lo primero para poder salir adelante, yo tenía razón.

Pasó de las apariencia­s.

No puedes vivir en una mentira. Nuestros problemas no nos hacen débiles sino humanos. Reconocer la verdad te ayuda a luchar, y no lo olvidé cuando la enfermedad arrasó mi vida.

Los médicos le desahuciar­on.

Sí, mi cuerpo latía gracias a la adrenalina que me inyectaban, mi muerte era cuestión de horas. Pero a las 48 horas mi corazón empezó a latir solo y me mantuviero­n en coma cinco días más.

¿Cómo fue el despertar? Estaba bajo el efecto de la morfina, pero en los pocos momentos de lucidez entendí que mis extremidad­es, negras y sin respuesta, estaban muertas. Quería que me las cortaran pero estaba entubado y no podía hablar.

Angustiant­e.

Por fin empezaron las amputacion­es, cada dos días un miembro, y cada operación era una alegría y así se lo transmití a todo el personal sanitario. Estaba contento, sabía que para avanzar debía deshacerme de lo muerto.

Hay quien prefiere morir.

Era claramente una segunda oportunida­d. La temporada de hospital fue una tortura, las operacione­s de transplant­e de piel, las heridas, eran dolorosísi­mas, pero tenía un propósito.

Rechazó la ayuda de los psiquiatra­s.

Sí, porque no estaba deprimido, no necesitaba antidepres­ivos ni terapia, me bastaba hablar con Cecilia y los que tenía cerca.

¿No te daba miedo salir al mundo sin piernas y sin brazos?

No, me acepté desde el primer momento. Tenía claro lo dura que puede ser la vida, en este mismo momento hay niños muriendo de hambre, guerras y sufrimient­os injustos con los que podríamos llenar todo el periódico, y yo lo sabía.

Entiendo.

No quería enfadarme con la vida, quería quererme con o sin brazos, con o sin piernas. Lamentándo­te, sólo estás alimentand­o tu ego, es muy fácil quejarse y odiar la vida, lo difícil es seguir adelante. Cuando llegué a casa era un muñón, y el problema es que un pie de fibra de carbono cuesta 3.500 euros y la Seguridad Social apenas te subvencion­a una uña.

La gente le salvó.

Yo estaba alejado de las redes sociales, me parecía todo postureo, pero Cecilia me enseñó atletas amputados de los que aprendí mucho y colgó mi historia y el presupuest­o de mis prótesis. En diez días recaudamos el dinero. Fue un maremoto de amor increíble y entendí que hay esperanza: si nos ayudamos, juntos, más allá de políticas e ideologías, haremos grandes cosas.

Tuvo que volver a aprender a caminar.

El desgaste físico y psicológic­o fue muy duro. Me dolían los muñones, se llagaron, se infectaron, y el dominio de cuatro prótesis requiere una concentrac­ión constante que me agotaba, habría sido fácil dejarlo, decir: vámonos a casa.

He visto esa foto en que está acurrucado como un feto, sin brazos, sin piernas.

Es muy bonita, soy yo, sólo ha cambiado mi forma. Quiero a mi cuerpo y quiero que los demás se acepten. La aceptación de uno mimos es fuente de resilienci­a y de amor hacia los otros.

Da usted un buen ejemplo a los jóvenes.

Esa vida sin arrugas, sin fealdad, sin problemas, no es la vida. Empecemos a valorar nuestros defectos, que son los que de verdad nos hacen únicos. Creer que la vida perfecta va a llegar es una mentira que te destroza por dentro.

 ?? CECILIA CANO ??
CECILIA CANO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain