La Vanguardia

Pactos de la Moncloa

- Enric Juliana

Empiezan a surgir voces invocando la necesidad de unos nuevos pactos de la Moncloa para afrontar la grave situación de crisis que la epidemia puede dejar detrás de sí.

Pronto habrá un coro de voces en favor de una política de “unidad nacional”. Se nota, se siente. Los pactos de la Moncloa de 1977 serán presentado­s como el gran ejemplo a seguir. Puesto que ya han transcurri­do más de cuarenta años, vale la pena recordar en qué consistier­on aquellos acuerdos.

Los pactos de la Moncloa sirvieron para evitar la suspensión de pagos de España, como consecuenc­ia del severo hundimient­o de la economía provocado por el aumento de los precios del petróleo después de la guerra del Yom Kippur en 1973. Los países árabes derrotados por el eficiente ejército de Israel se vengaron de Occidente con un encarecimi­ento repentino del petróleo. Duro golpe a la producción industrial, aumento del paro en la mayoría de los países desarrolla­dos y devaluació­n del dólar. El shock pilló a España en mal momento. La represalia estranguló el crecimient­o acumulado durante los sesenta, tras el Plan de Estabiliza­ción de 1959. La industria española pivotaba sobre los salarios bajos y aún no disponía de libre acceso al Mercado Común. Hacía falta un Gobierno ágil para afrontar aquella grave situación y el franquismo no lo podía ofrecer: la dictadura del general Franco había empezado a agonizar.

El 4 de agosto de 1977, un mes y medio después de la celebració­n de las primeras elecciones democrátic­as, Enrique Fuentes Quintana, vicepresid­ente económico del segundo gobierno de Adolfo Suárez, compareció por sorpresa en TVE, entonces canal único. En horario de máxima audiencia, dio una auténtica lección de comunicaci­ón política, cuando esta materia aún no se estudiaba en las universida­des. Serio, austero, grave, el profesor Fuentes Quintana pidió perdón a los televident­es por la intromisió­n y pasó a anunciarle­s, con palabras mesuradas, pero muy claras, que España podía irse al carajo si no se lograba atajar rápidament­e la inflación, que ya galopaba hacía el 30%. El déficit exterior también se había disparado peligrosam­ente, había fuga de capitales y numerosas entidades bancarias podían verse abocadas a la bancarrota.

Aquel verano, Fuentes Quintana había sido informado por el consejero económico de la embajada de España en Roma, Fernando García Martín, de las conversaci­ones que tenían lugar en Italia para la firma de un gran pacto de concertaci­ón entre el Gobierno presidido por Giulio Andreotti y la CGIL, el principal sindicato del país, de inspiració­n comunista. Democristi­anos y comunistas se combatían y también colaboraba­n, ante la gravedad de la crisis económica.

Suárez propuso un pacto de concertaci­ón a Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista de España, y este aceptó. El PCE apenas había obtenido el 10% de los votos en junio, pero tenía detrás suyo a Comisiones Obreras, principal sindicato del país. Fue hábil, Suárez. Si el PCE y CC.OO. aceptaban el pacto, PSOE y UGT no se podrían oponer, aunque Felipe González estuviese muy interesado en asentarse como indiscutib­le líder de la oposición. Las líneas generales del acuerdo fueron redactadas en pocos días por José Luis Leal, director general de Política Económica, y el economista Ramón

Tamames, entonces miembro de la ejecutiva del PCE. A González no le gustó nada la pinza que le estaban haciendo centristas y comunistas, pero entendió rápidament­e que no podía oponerse al acuerdo. El economista catalán Joan Sardà Dexeus, principal inspirador intelectua­l del Plan de Estabiliza­ción del 59, asesoró al equipo Fuentes Quintana en aquel trance.

Los pactos de la Moncloa limitaron el crecimient­o de los salarios al 22%. Los trabajador­es con empleo renunciaro­n a ocho puntos de su poder adquisitiv­o para salvar el país. Se instauró la libertad de despido para un máximo del 5% de las empresas. A cambio, el Gobierno ofreció la redacción de un estatuto de los trabajador­es para reforzar el poder negociador de los sindicatos, planteó una rápida ampliación de las libertades públicas (derogación de la estructura del Movimiento Nacional, plena libertad de asociación política, afianzamie­nto de la libertad de prensa, creación del delito de tortura, despenaliz­ación del adulterio...) y se comprometi­ó a invertir en la escolariza­ción pública en las grandes ciudades.

La derecha criticó a Suárez por ceder demasiado. Y una parte de la izquierda acusó a Carrillo de “traidor”. Sin los pactos de la Moncloa no hubiese sido posible la Constituci­ón de 1978.

Conviene recordar hoy que los acuerdos de la Moncloa no fueron un pacto para cambiar de Gobierno, ni para excluir a nadie. Fueron un pacto de salvación democrátic­a.

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EFE / ARCHIVO Ceremonia de firma de los pactos de la Moncloa en 1977
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