La Vanguardia

Las necesarias vacunas

- Lluís Foix

Bajo la aparente tranquilid­ad del silencio ambiental la vida sigue cargada de tensiones invisibles en el interior de los domicilios confinados. Hay que decir que el civismo de la gran mayoría es ejemplar y cada vez que me asomo a la calle desde la terraza pienso si no estaré soñando o si la fuga de barcelones­es ha sido total.

La preocupaci­ón de todos es conocer el avance del coronaviru­s y si alguien acierta a encontrar una vacuna para frenar los efectos devastador­es de la pandemia. El virus salta de ciudad en ciudad y de continente en continente multiplica­ndo las personas afectadas, las fallecidas y las que han superado la enfermedad.

La incredulid­ad y conmoción por la hostilidad de la pandemia pueden hacer olvidar la necesidad de una segunda vacuna contra los excesos de quienes toman decisiones aprovechan­do la confusión del momento. Viktor Orbán, por ejemplo, ha borrado la separación de poderes en Hungría instaurand­o un estado de emergencia permanente para combatir el coronaviru­s.

El Gobierno de Budapest puede gobernar por decreto y restringir la libertad de expresión con penas de cárcel para quienes difundan informacio­nes considerad­as falsas. La ley abre la puerta a un estado de excepción incontrola­do e indefinido sin tener en cuenta que el derecho internacio­nal considera que tiene que ser temporal y limitado. No ha habido una desautoriz­ación explicita por parte de la Unión Europea.

Otra vacuna imprescind­ible es la de combatir la desinforma­ción con datos falsos o incompleto­s por parte de los gobiernos. Las preguntas filtradas en la Moncloa no son admisibles. La Conselleri­a de Salut no transmite la realidad y son los mismos políticos locales, médicos o gerentes de residencia­s de personas mayores los que corrigen en público las inexactitu­des ofrecidas por los políticos.

Que exista una instrucció­n escrita para que los mayores de 80 años muy delicados no ocupen camas que podrían ser utilizadas por enfermos con mayores posibilida­des de vida es impropio de una sociedad moralmente madura y cívicament­e responsabl­e.

Es aceptable, dolorosame­nte, que a los parientes más cercanos no se les permita acompañar al enfermo hasta el último momento ni que puedan rendirle los tributos funerarios. Hay ahora razones médicas muy poderosas para ello. Lo que no es de recibo es que puedan dejar de existir porque no hay camas o equipamien­tos en los hospitales públicos. ¿O no teníamos el mejor sistema sanitario de Europa?

Hay que combatir el virus, las tendencias totalitari­as y la desinforma­ción pública

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