La Vanguardia

Los países en guerra de Oriente Medio, impotentes ante la epidemia

Millones de desplazado­s y falta de recursos lo hacen imposible para Siria o Irak

- FÉLIX FLORES Barcelona

Unos días atrás, sobre la pirámide de Keops se proyectó un mensaje luminoso, como en los habituales espectácul­os de luz y sonido en el recinto arqueológi­co de Giza, pero en versión Covid-19: “Quedaos en casa”. A la vez, se difundían fotos de la desinfecci­ón del museo de El Cairo. Las autoridade­s egipcias trataban de decir al mundo que esperan el regreso de los turistas. El golpe para la economía será fatal. El ministro de Turismo y Antigüedad­es ya ha dicho que la suspensión de los vuelos al país puede costar un millardo de euros al mes en pérdidas.

Egipto, como la mayoría de países de Oriente Medio, no está preparado para el virus. Según la Organizaci­ón Mundial de la Salud, se hacen esfuerzos, pero falta material de todo tipo y los test sólo alcanzan a 2.000 por millón de habitantes (entre cien millones de egipcios). Pero además el régimen autoritari­o del mariscal Abdul Fatah al Sisi no es precisamen­te transparen­te. El abogado Mohsen Bahnasy, según organizaci­ones de derechos humanos, fue detenido 15 días por hablar de la necesidad de sacar a los presos de las cárceles y por “difundir noticias falsas”. Con el mismo pretexto fue expulsado el correspons­al del diario británico The Guardian. Un conocido médico y dos generales han fallecido del coronaviru­s.

La estimación de casos del virus en los países árabes es “demasiado baja”, según la OMS, pero no sólo debido al secretismo de regímenes como el egipcio sino a pura incapacida­d para evaluarlos, con la relativa excepción de las adineradas monarquías del Golfo. Libia, Siria y Yemen permanecen en guerra desde el 2011 mientras que Irak está sumido en un conflicto interminab­le, y muy castigado ahora por la caída del precio del petróleo.

El Fondo Monetario Internacio­nal ha hecho notar, sin descubrir nada, que estos estados difícilmen­te podrán acceder a suministro­s médicos ante la competenci­a mundial. Tampoco podrán invertir en sanidad, se perderán empleos y, peor aún, se reducirán drásticame­nte las remesas de los emigrantes, que se hallan confinados en sus países de residencia. Todo esto abona otro posible estallido social.

La receta en todo el mundo árabe ha sido, además del cierre de espacios públicos, el toque de queda nocturno. Imposible detenerlo todo… Lo que sí se ha detenido es la cadena de protestas multitudin­arias contra el gobierno, que han durado meses, en Irak y Líbano.

En Irak, donde las manifestac­iones iniciadas en octubre costaron más de 500 vidas, un médico bregado en años de guerra decía a Reuters que los pacientes afectados por el virus “llegan al hospital durante horas”. Varios facultativ­os hablaban ayer de entre 3.000 y 9.000 casos.

El jueves a las ocho de la tarde se aplaudió por primera vez a los sanitarios del país. Por un lado había temor ante la pandemia; por otro, cierto desprecio del peligro entre una población que ya ha visto de todo en cuarenta años de guerras. La fuerza armada tuvo que intervenir en el distrito bagdadí de Ciudad Sadr para imponer el toque de queda, mientras el líder chií Moqtada al

Sadr decía que la culpa del virus la tiene el matrimonio homosexual (lo mismo, por cierto, que dijo cierto pope ortodoxo ucraniano ). Al Sadr no tenía en cuenta que en el vecino Irán –especialme­nte golpeado por el virus– tal cosa no existe. El tránsito de peregrinos chiíes entre Irán, Irak, Siria y Líbano ha sido un factor mayor de contagio, lo mismo que en los peregrinaj­es interiores: el sur chií, Basora y Karbala son los centros más afectados junto con Bagdad, ciudad cerrada desde el 17 de marzo. A los peregrinos se les pide que guarden 14 días de cuarentena.

Se cree que los primeros contagios en Irak llegaron de Siria, donde el primer caso fue anunciado el 23 de marzo. En el territorio bajo control de Bashar el Asad se han aplicado las medidas de rigor, incluido el cierre de fronteras. Pero nueve años de guerra han acabado con todo: más de 300 hospitales han sido repetidame­nte bombardead­os, y así, por ejemplo, en Alepo sólo disponen de un respirador por cada 26.500 habitantes. Hay en el país más de 6 millones de desplazado­s, decenas de campos donde duermen apiñados en tiendas de campaña, sometidos al frío y a las enfermedad­es respirator­ias. En la provincia de Idlib, la guerra –que bajó de intensidad en marzo– ha arrojado más de un millón de nuevos desplazado­s, y se han perdido 76 centros médicos.

En Yemen, que sufre los bombardeos de Arabia Saudí desde hace cinco años, más de la mitad de los centros hospitalar­ios están destruidos. Sólo dos hospitales en Saná y Adén –las capitales de los bandos contendien­tes– podrían, muy teóricamen­te, albergar pacientes de la Covid-19. Las demandas de las organizaci­ones internacio­nales por un alto el fuego han sido desoídas.

Algo parecido ocurre en Libia, donde mañana se cumple un año de la campaña lanzada por Jalifa Haftar contra Trípoli. La guerra sigue como si nada. Y existe el peligro de que el virus alcance a los migrantes hacinados en prisiones inmundas.

SECRETISMO APARTE La estimación de casos es “demasiado baja”, según la OMS, por pura incapacida­d

NEGATIVAS A UN ALTO EL FUEGO En Libia, Yemen y la devastada provincia siria de Idlib el combate continúa pese al virus

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ALAA AL-MARJANI / REUTERS Farah al Awadi, de 28 años, reza en su casa de Nayaf (Irak) poco después de recuperars­e del virus
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