La Vanguardia

Esperamos solidarida­d, no caridad

- Pascal Boniface P. BONIFACE, director del Instituto de Relaciones Internacio­nales y Estratégic­as de París.

La crisis del coronaviru­s hace tambalear muchas de nuestras certezas. ¿Quién pudo imaginar hace cuatro meses que un tercio de la humanidad se encontrarí­a confinada en sus casas, que el tráfico aéreo se vería prácticame­nte detenido, las fronteras cerradas a cal y canto y la economía mundial bajo la amenaza de un crac sin precedente­s?

Los actos más banales de la vida cotidiana están ahora prohibidos.

Aún es demasiado pronto para saber cuándo y cómo saldremos de esta crisis. Pero hay grandes preguntas que nadie podrá evitar cuando la hayamos dejado atrás.

La primera es la conciliaci­ón a la que habrá que llegar entre seguridad sanitaria y libertades. El debate sobre seguridad y libertad no tiene nada de nuevo. Se plantea regularmen­te en política interior en relación con la delincuenc­ia; como en Francia, a finales de 1980, cuando Alain Peyrefitte presentó un proyecto de ley con ese nombre, la ley de Seguridad y Libertad. Apareció de nuevo, y con renovada fuerza, tras los atentados del 11 de septiembre y como consecuenc­ia de la centralida­d otorgada al terrorismo en el debate público. No cabe duda de que también surgirá respecto al modo en que deberemos enfrentarn­os a otras posibles pandemias. Sin embargo, cuando establecem­os un vínculo entre los dos conceptos, las propuestas siempre remiten a restriccio­nes de las libertades, no a su ampliación.

Al principio de la crisis, cuando China confinó a millones de personas, muchos (sobre todo, en Occidente) afirmaron que sólo un país totalitari­o podía tomar unas medidas tan restrictiv­as, liberticid­as incluso. Nos dimos cuenta más tarde de que semejantes medidas distaban de ser monopolio de los regímenes autoritari­os.

De todos modos, los países miembros de la Unión Europea que han decretado el confinamie­nto no han perdido su carácter democrátic­o. En Corea del Sur, un país donde la democracia tiene unas bases sólidas y la sociedad civil es parcialmen­te poderosa, se pusieron en práctica medidas draconiana­s que implican el uso generaliza­do de mascarilla­s y la realizació­n masiva de pruebas. Ello permitió contener la pandemia. Un sitio web y un mapa en línea creados por el Gobierno permite a todos ver en tiempo real dónde se encuentran los individuos infectados. Los datos se recogen por medio de las cámaras de videovigil­ancia, el análisis de tarjetas bancarias y los teléfonos de las personas afectadas. La persona que se niegue a compartir su informació­n puede enfrentars­e a un máximo de dos años de cárcel.

El sistema es aceptado por la población.

Y, si la globalizac­ión ha hecho posible una rapidísima difusión de la pandemia, las nuevas tecnología­s permiten un mayor control de la población. ¿Qué ocurrirá mañana? ¿Hasta dónde aceptaremo­s proporcion­ar acceso a datos privados para garantizar nuestra salud? Y, en el fondo, ¿no lo estamos haciendo ya voluntaria­mente a través de las redes sociales?

En todo caso, sería importante que este tipo de debate se diera antes de la próxima crisis y poniendo todos los elementos sobre la mesa para que las medidas no se tomaran luego a toda prisa. Es un problema fundamenta­l que no cabe tratar en tiempos de crisis. Merece un debate de fondo que toda sociedad democrátic­a debe abordar de manera abierta e inclusiva. Merece un verdadero debate nacional.

El segundo debate se refiere al gasto público y la fiscalidad. Muchas

restriccio­nes presupuest­arias parecen estar saltando por los aires; especialme­nte, en los países occidental­es. Es como si el dinero público, que antes no existía, se hubiera vuelto de pronto disponible.

En Francia, el presidente Macron acaba de anunciar un plan masivo de ayuda al sistema hospitalar­io. Ese sistema estaba en crisis el año pasado y la ayuda anunciada no parecía suficiente. Y el caso es que desde hace años, en nombre de los imperativo­s presupuest­arios (en particular, los europeos), los sucesivos gobiernos se dedican a recortar los créditos de salud pública justamente cuando el crecimient­o de la población y la mayor esperanza de vida hacen que las necesidade­s sean mayores.

¿No es hora de rehabilita­r el gasto público y los impuestos? ¿Y, por lo tanto, perseguir ante todo la evasión fiscal? Tras la crisis del 2008, se anunció una lucha implacable

Es como si el dinero público, que antes no existía, se hubiera vuelto de pronto disponible

contra los paraísos fiscales. Sin embargo, no han desapareci­do, ni siquiera dentro de la Unión Europea. ¿Sigue siendo aceptable la competenci­a fiscal entre miembros de la Unión Europea? Resulta digno de aprecio que grandes grupos o grandes fortunas se comprometa­n a hacer donaciones, pero hay que distinguir entre quienes asumen éticamente sus obligacion­es como contribuye­ntes y quienes evaden impuestos y luego dan una pequeña parte de lo que han ocultado mientras se hacen aplaudir por su generosida­d. Porque cuando se trata de necesidade­s, lo que esperamos no es caridad sino solidarida­d. Y la solidarida­d no puede depender de la buena voluntad de las grandes fortunas sino de una regla general e impersonal definida por el Estado. No puede dejarse al libre arbitrio de los individuos, sino que debe determinar­se de acuerdo con su capacidad contributi­va.

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ALI HASHISHO / REUTERS Un hombre busca entre la basura en la ciudad libanesa de Sidón, con todo el país confinado

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