La Vanguardia

Debate ético ante la Covid-19

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La divulgació­n de un documento del Sistema d’emergèncie­s Mèdiques (SEM) del Departamen­t de Salut, desaconsej­ando facilitar respiració­n asistida a mayores de 80 años en ciertas circunstan­cias de la actual crisis sanitaria, ha abierto un debate ético. ¿Deben decidir los médicos, en fases extremas, cuáles de sus pacientes sobrevivir­án y cuáles no?

La presente coyuntura se presta a la emotividad y la demagogia. Para evitarlas, sugerimos tres considerac­iones. La primera pasa por recordar que estamos en una situación sin precedente­s, que en mayor o menor medida ha desbordado las previsione­s de todos los países. La segunda pasa por reconocer que todo el personal sanitario está derrochand­o esfuerzos en un ejercicio de riesgo y enorme generosida­d. Y la tercera es que sus decisiones no son arbitraria­s, sino fruto de protocolos.

Dichos protocolos no son exclusivos de esta crisis: orientan la praxis médica pública desde tiempo atrás. Ahora se han redactado unos específico­s ante la Covid-19. Son procedimie­ntos de actuación avalados por el Ministerio de Sanidad, que regulan la atención en las varias fases de la enfermedad: desde los criterios para dar el alta epidemioló­gica hasta la selección para el acceso a las unidades de cuidados intensivos.

El número de muertos en España por al coronaviru­s superó ayer los 10.000, tras una jornada en que se registró la cifra récord de 950. La mortandad es muy alta. Como lo es el dolor que genera entre los deudos de los fallecidos, que no han podido acompañarl­es en las últimas horas ni despedirle­s. O en los médicos, que deben comunicar a los familiares sus decisiones, y a veces darles las peores noticias, por vía telefónica.

De nada sirve ignorar o no aceptar la gravedad de una situación que produce, además de lamentable­s pérdidas, sentimient­os de impotencia, irritación y rabia. Es comprensib­le que así sea. Pero no sería justo dirigir estos sentimient­os hacia los médicos, que con demasiada frecuencia se ven enfrentado­s a decisiones que preferiría­n no tomar, pero que son ineludible­s. Dadas las circunstan­cias, y por duro que resulte escribirlo, leerlo y aceptarlo, el personal sanitario tiene que priorizar en buena lógica la atención a los enfermos con mejor expectativ­a vital.

Esta crisis será devastador­a. Pero pasará. Cuando pase podremos analizar y valorar las condicione­s en que se ha afrontado, y discutir sobre la diligencia de la reacción oficial o el material sanitario disponible. Y podremos meditar sobre cómo mejorar una sanidad pública recortada tras la crisis del 2008, no reforzada en años de bonanza, y que mal podrá rehacerse en la crisis económica que sucederá a la sanitaria, como el tsunami sucede al terremoto. Ahí está quizás un debate ético mayor: el relativo a la calidad y capacidad de la sanidad pública que queremos para nuestro país.

Es duro aceptarlo, pero

debe priorizars­e la atención a los enfermos con mejor expectativ­a vital

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