La Vanguardia

Las aguas transparen­tes

- Clara Sanchis Mira

Investigo cuántas veces puedo escuchar en bucle Vedrò con mio diletto, de Vivaldi. Sin nadie con quien estar en el cuerpo a cuerpo en el encierro, quiero exprimir esta aria. Llegar al límite. A ver qué pasa. Van once veces. Giro en la cama como una orca. Diecisiete. Vivaldi tira de los hilos de mi corazón. Veintiséis. No voy a llorar. Treinta y dos. Canturreo fino. Cuarenta. Más giros de orca, la sábana es el mar. Cuarenta y seis. Me duele el cuello. Cuarenta y ocho. Esos libros de la estantería se mueven solos. Vaya. Claro que también mi calendario de Google tiene vida propia, empeñado en lo que debería suceder en la otra dimensión, la externa, la inalcanzab­le. Ese otro mundo vacío que envía su goteo de notificaci­ones frenéticas; mis propias citas suceden mientras yo me ausento con Vivaldi en la neblina de mi cuarto. Cuarenta y nueve. Mi móvil cree que ayer ensayé. ¿Cómo fue? Desgraciad­o. Y que ahora mismo actúo en un teatro en Zaragoza. No lo descarto, todo es posible. De hecho, esos libros se mueven solos. Caen tres. No quito ojo al estante. Y al fin, escurrido por la pared, aparece el fantasma. Cincuenta y dos.

No temas, dice con timidez borrosa, no soy ningún alma en pena. Me enrosco en la almohada. Puedo parecer el fantasma de Vivaldi, pero no. Soy un ser autónomo, los fantasmas ya venimos directamen­te de fábrica, sin pasar por ningún trance. Son siglos de existencia ficcional; muchas novelas, mucho arte consolidan­do nuestra independen­cia. Ahora vagamos por nosotros mismos en el más acá. Ah, Vivaldi.

Se tumba a mi lado. Oímos el aria, vemos pasar nubes por la ventana. Vedrò con mio diletto, canturrea. Está cariñoso. Me has invocado con Vivaldi, su música irresistib­le. El día de su nacimiento hubo un terremoto en Venecia, ¿sabes?, por eso he tirado los libros, un pequeño homenaje, ¿lo notaste? Ah, Venecia. Toma mi mano borrosa, dice, y comentemos lo que pasa en Venecia.

¿Qué pasa en Venecia?, digo, entrelazan­do dedos sedosos. Venecia hoy es la Gran Metáfora; con la quietud, sus aguas se han vuelto transparen­tes. Como las tuyas, susurra delicado, si me permites filosofar. El primer golpe es de una belleza imposible, los canales límpidos. Un sueño. Pero si miras en profundida­d, ves la mierda que hay en el fondo. Trastos viejos, perros muertos. Desechos que sólo así, con las aguas quietas, se ven. Y que sólo ahora, sin el ajetreo, sería posible limpiar. Si quisieras, cuchichea el fantasma, y me pone su mano borrosa en el corazón, al límite de la suavidad.

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