“Yo quiero curar, no quiero contagiar”
Puede decirse que Isabel Muñoz Martín se inclinó por la medicina desde una edad bien temprana. Demostró una tremenda precocidad. Su padre, sargento de la Guardia Civil y más tarde agricultor, tenía una dolencia en los huesos y la familia visitaba con frecuencia hospitales y centros médicos. La pequeña Isabel vagabundeaba por los pasillos y se interesaba por todos los enfermos. “Esta niña tiene vocación. Será una gran médica”, decían las monjas del hospital donde atendían a su progenitor.
Fue creciendo en tierras de la localidad de Villaflor de Ávila, en la provincia del mismo nombre, aunque nació en El Espinar, en tierras segovianas. Los avatares profesionales del padre así lo depararon. Compartió su infancia en Villaflor con su hermano Delfín, el mayor, con cierta minusvalía psíquica y con Jesús, el mediano. Ella era la pequeña.
La llegada de la juventud hizo que Isabel y Jesús se trasladaran a Salamanca, a estudiar en la universidad. Su padre había comprado un piso en esa capital y los dos hermanos lo compartían mientras acudían a las clases. Por supuesto, ella estudió Medicina y Jesús, tras varios intentos fallidos con otras carreras, acabó la de Geografía e Historia. “Mi hermana era de las que se sacaba los cursos bien, de forma aplicada, pero haciendo codos. En cambio, yo, más inclinado a la juerga, iba aprobando sin tanto sacrificio. Cuando mi padre le preguntaba por mí, ella nunca desveló mis correrías”, recuerda emocionado Jesús en conversación telefónica con este diario.
Tras graduarse en Medicina, Isabel anduvo ejerciendo su profesión por diversos pueblos de la provincia de Ávila, pero muy pronto acabó en Salamanca. Pasó por varios centros de salud. Desde hace siete años, ejercía en el municipio salmantino de la Fuente de San Esteban. Esta fue su última parada. Era médico de familia. Enseguida se ganó el cariño de sus pacientes.
Cuando la pandemia del coronavirus era ya una realidad que recorría de parte a parte el país, Isabel advirtió que estaba empezando sufrir los primeros síntomas del síndrome. Quién mejor que ella para evaluarse. Desde el principio tomó la decisión del confinamiento. Se encerró ella sola en el piso de Salamanca el pasado 15 de marzo. Le pidió a su marido que la dejara sola. La pareja no tenía hijos. Le daba pavor ser causa de infección a cualquier persona.
“Hablábamos cada día por teléfono con ella. Le dije en varias ocasiones que fuera al hospital, pero ella me contestaba que tal como estaban los hospitales no quería ir. Me repetía: ‘Yo quiero curar, no contagiar’. Así era ella de profesional y honesta. Decía que se encontraba bien”, recuerda su hermano.
Hace quince días se produjo la última comunicación telefónica con la familia. “Me dijo que tenía un poco de fiebre y después de colgar, supe que había hablado con la ATS del centro de salud. Ya no habló con nadie más”, relata Jesús.
La posterior incomunicación llevó a los suyos a la alarma. La policía encontró a Isabel muerta frente al frigorífico, que tenía la puerta abierta cuando la encontraron. En el suelo de la cocina había restos de cristales de un vaso. Parece que Isabel tuvo sed durante la noche y una muerte repentina la sorprendió.
La autopsia determinó que Isabel había muerto por el coronavirus. Fue la primera y última vez que le hicieron el test al que, como otros miles y miles de profesionales de la sanidad todavía, no tuvo acceso.
“Me gustaría que la muerte de mi hermana sirviera para que todos aquellos que tienen estos días profesiones de riesgo sean por fin dotados de los medios de prevención necesarios”, remata su hermano Jesús desde Villaflor de Ávila.
Isabel Muñoz Martín murió la madrugada del pasado martes 24 de marzo en su piso de la ciudad de Salamanca.
Deja marido, dos hermanos, además de una sobrina a la que tenía como una hija. /