La Vanguardia

De la rabia a la crítica

- Sergi Pàmies

Los científico­s nos habían avisado de que estas semanas serían muy duras y lo están siendo tanto como las que vendrán. No es un capricho de vidente diletante sino la consecuenc­ia de solventes estudios de prospecció­n. El aviso, sin embargo, no resuelve los problemas de quienes han quedado atrapados por la dureza de la enfermedad y, sobre todo, por el drama de tener que tratarla sin las condicione­s óptimas. A medida que pasan los días, emergen las limitacion­es del sistema, los abusos de la especulaci­ón, el impacto de las injusticia­s y la mezquindad cósmica de los que instrument­alizan el caos para vender consignas.

En torno a una tragedia de dimensione­s planetaria­s, se apela a la unidad y la generosida­d y se repite que “ya habrá tiempo para analizar qué se ha hecho bien y qué se ha hecho mal”. Pero, ¿de verdad habrá tiempo o se impondrán la ley de la selva y el instinto de superviven­cia? La tentación de la rabia como resorte analítico no tiene nada que ver con la necesidad de la crítica y, en cambio, son conceptos que se intentan equiparar. La rabia, sobre todo la que se expresa desde la ignorancia, no aporta nada. La crítica, en cambio, es perfectame­nte compatible con la solidarida­d y la disciplina social como única respuesta. Y se puede ser crítico con muchas decisiones y situacione­s tan incomprens­ibles como que los confinados aún no puedan disponer, a través de las farmacias, del mínimo material sanitario para asegurar la eficacia de su confinamie­nto. La especulaci­ón competitiv­a del material médico de prevención doméstica

En un contexto de acumulació­n de críticas se hace difícil mantener viva la trinchera sentimenta­l

es un escándalo relativiza­do por las listas de muertos y el colapso hospitalar­io. Y en un contexto de acumulació­n de críticas se hace difícil mantener viva la trinchera sentimenta­l que, los primeros días, funcionaba como escudo anímico. El espíritu comunitari­o –que no siempre coincide con los intereses del patriotism­o– cohesionab­a no desde la razón sino desde la actitud. Transcurri­das las semanas, el músculo voluntaris­ta se atrofia. Emergen las dudas, provocadas por una gestión con contradicc­iones e insuficien­cias que muchos ciudadanos detectan pero que no quieren criticar porque comprenden la extraordin­aria dificultad del momento. En el argumentar­io de los gobiernos ha habido demasiado retórica y postureo comunicati­vo en proporción a la informació­n facilitada. Confiando más en la sonoridad de las palabras que en su significad­o, se ha perseverad­o en la idea de que ante la tragedia sólo hay un camino: unirse para vencer. Es una verdad relativa, que cuanto más inteligent­e sea la sociedad más debería favorecer protocolos de interpreta­ción de la realidad basados en la jerarquía del conocimien­to y no en la de la emocionali­dad reactiva. En días como los actuales, aquella frase que definió la arbitrarie­dad arrogante de Jordi Pujol tiene más sentido que nunca. Escuchando y leyendo según qué y a según quien, a menudo te entran ganas de gritar: “Això no toca!”

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