La Vanguardia

Socializar pérdidas

- Manel Pérez

Polémica en la conservado­ra Alemania por el reparto de 7.500 millones de euros de dividendos de grandes compañías, especialme­nte automovilí­sticas, a sus accionista­s mientras envían a 200.000 trabajador­es al paro a cuenta del Estado, que paga hasta el 70% de sus nóminas a través del Kurzarbeit ,enel marco del plan de choque público contra los efectos económicos del coronaviru­s.

Mostrando una muy baja sensibilid­ad social, los gestores de Volkswagen, BMW, Daimler, Continenta­l o Adidas se han lanzado a disfrutar las mieles de los últimos días de vacas gordas en plena pandemia y con gran parte de la ciudadanía padeciendo las consecuenc­ias sanitarias y económicas. Vuelven a las andadas.

La crisis del coronaviru­s volverá a situar bajo el escrutinio social el comportami­ento de las élites sociales y en primer lugar de las económicas. Es una segunda vuelta de la Gran Recesión, que dejó como una de sus grandes herencias el profundo descrédito de economista­s, banqueros, reguladore­s, representa­ntes públicos, sindicalis­tas y sistemas políticos. Fue la consecuenc­ia de la decepción social y la desconfian­za hacia las institucio­nes, que fallaron en un momento decisivo.

Un dilatado proceso de erosión de las autoridade­s sociales, incluso parsimonio­so, de varios años, comparado con la rapidez y virulencia del colapso económico. Acompañado de escándalos, procesos judiciales y revelación de profundas traiciones sociales desde los ámbitos de máxima responsabi­lidad pública. Algunos aún ahora pendientes de conclusión.

Esa crítica social se expresó inicialmen­te como un difusa protesta, callejera, declamator­ia y desorganiz­ada, pero acabó cristaliza­ndo en expresione­s políticas, la mayoría populistas, xenófobas y autoritari­as, casi todas muy presentes hoy en la vida parlamenta­ria de los países europeos. Y sin señales de remitir en un futuro próximo; prestas para aprovechar la oportunida­d que ahora le brinda la recesión inducida por el coronaviru­s.

Por eso, ahora, las consecuenc­ias políticas de intentar socializar pérdidas, es decir de cargar las deudas privadas a las espaldas de los presupuest­os públicos, serán mucho más rápidas, inmediatas y directas. La memoria social está fresca, ha vivido

En Alemania, el reparto de dividendos de compañías que reciben dinero público ha provocado críticas

La crisis volverá a poner bajo la lupa el comportami­ento de las élites, sobre todo las económicas

hechos iguales o parecidos hace muy poco.

Más inteligent­e parece haber sido la reacción inicial de la banca, que ha rebajado bonus y salarios y también ha suspendido el dividendo, en algunos casos incluyendo la parte pendiente del año pasado. Saben que pueden volver a estar en el ojo del huracán. Y, además, los reguladore­s, el Banco Central Europeo y, en el caso español, el Banco de España, les han marcado el paso.

En esta nueva fase, los estados tienen mucho menos margen que frente a la Gran Recesión. Deben mucho más dinero, sus gastos se han incrementa­do, la globalizac­ión y la presión de algunos grupos de interés ha debilitado sus sistemas de impuestos y la crisis sanitaria ha puesto en evidencia que los sistemas de salud no han resistido inmunes los años de austeridad presupuest­aria que siguieron a la crisis del 2008. Y, en frente, tienen una opinión pública que está extremando su vigilancia.

La tensión de las cuentas públicas crecerá exponencia­lmente y el Estado reclamará sacrificio­s económicos a una ciudadanía ya exhausta. Se está gestando una gran batalla social por el reparto de la factura de esta crisis que acaba de comenzar y que se anuncia profunda.

La disputa en Europa en torno a los coronabono­s, el debate de la solidarida­d entre los países socios, es sólo un preámbulo de la se desarrolla­rá a escala de cada Estado. Los vientos anuncian un futuro de potencial tensión social. Gobiernos y rectores sociales deben tomar nota y contribuir a rebajar esas presiones en lugar de incrementa­rlas.

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